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pan y cine y el santo

horror

La Casa Comegente


[A.P. Sott] ‘Monster House', un logrado largometraje de animación, con fantasmas e implantes.
Uno de los arquetipos más espeluznantes de nuestra imaginación infantil -la oscura y misteriosa casa al otro lado de la calle- es devuelta literalmente a la vida en ‘Monster House', un largometraje de animación maravillosamente terrorífico, dirigido por Gil Kenan.
Al principio, la casa, ubicada en una cuadra de barrio perfectamente corriente, no parece otra cosa que la desvencijada casa del señor Nebbercracker, un viejo cascarrabias con los dientes malos, espeluznantes implantes y con la voz de Steve Buscemi. Pronto queda claro -para un valiente niño-detective llamado DJ y sus dos jóvenes compinches, y luego para todo el mundo- que la destartalada mansión victoriana está poseída por una fuerza maligna y demoníaca. Se apodera de los juguetes; se come a la gente. Y ya que se trata de una película dirigida a una audiencia para la que las funciones corporales más asquerosas son una perpetua fuente de carcajadas, la vuelve a vomitar. La casa ruge, eructa, escupe fuego y al final resulta ser... Kathleen Turner.
Si digo que ‘Monster House' es, de momento, la mejor película infantil del verano (‘Ant Bully' y ‘Barnyard' se incorporarán a la competencia en las próximas semanas), podría sonar como un elogio extravagante -o quizás como un elogio contenido. De cualquier modo, la modestia puede ser considerada, junto con su ingenio, una de las virtudes de la película. Dura 86 minutos -durante los cuales no observé ni un movimiento de mis acompañantes de 7 años- y no pierde el tiempo en Lecciones Valiosas pegadas normalmente en las películas para la familia, como etiquetas de nutrición en cajas de cereales azucarados, para confortar a padres ansiosos de que la porquería tiene algún valor. ‘Monster House' es una película sin pretensiones, escrita elegantemente (por Dan Harmon, Rob Schrab y Pamela Pettler) y muy divertida.
También representa para los nerds tecnológicos entre el público, un interesante refinamiento de las técnicas de animación. Como ‘El expreso polar' de Robert Zemecki, ‘Monster House' (en la que Zemecki hizo de productor ejecutivo) utiliza movimientos captados digitalmente de actores reales antes que algoritmos creados en el ordenador sobre la base de imágenes animadas. La gente en la película se ven un poco como figuritas modeladas en plástico (las de ‘El expreso polar' se veían como muñecas de porcelana), pero sus gestos son asombrosamente fluidos e imprevisibles, haciendo que apreciamos la calidad de la actuación mejor que en las películas corrientes de animación. Las posturas y gestos de DJ (Mitchell Musso) y sus amigos -un niño regordete llamado Chowder (Sam Lerner) y una pija pelirroja llamada Jenny (Spencer Locke)- se ven todos genuinamente espontáneos y traviesos. Parecen niños de verdad, antes que muñecos de cartón super bonitos y cabezones.
Y por lo general también hablan y se comportan como niños de verdad, o, al menos, como personajes sacados de la rica tradición de niños héroes valientes e intelectualmente curiosos. DJ desciende de la Enciclopedia Brown (quizás mediante Jimmy Neutron, pero qué importa) y Jenny tiene un temperamental parecido con Harriet la Espía. Estoy seguro que Chowder os hará recordar a alguien de la escuela, donde quiera que fuese. Los adultos de la película -los nerviosos padres de DJ (Fred Willard y Catherine O'Hara), que se marchan a un congreso de dentistas el día antes de Halloween, Zee (Maggie Gyllenhaal), la gruñona niñera que ocupa su lugar, y los torpes agentes de policía de la ciudad (Kevin James y Nick Cannon)- son previsiblemente inútiles. Los niños, dejados a sus aires, deben luchar contra el mal que, sin que nadie se de cuenta, florece entre ellos.
Kenan -este es su largometraje debut- es un entretenido narrador. ‘Monster House' también lleva el inconfundible sello creativo de Zemeckis y su colega como productor ejecutivo, Steven Spielberg. Hay pocos momentos de divertidos auto-homenajes: un balón de baloncesto Wilson con una cara humana emborronada; aparatos de fontanería cobran vida con los sigilosos movimientos de los dinosaurios de ‘Parque Jurásico'; un Halloween suburbano sacado de ‘E.T.' Pero la huella más profunda de la influencia de Spielberg en particular reside en la evocación, en la película, de la infancia como un estado de asombro teñido de tinieblas. La ausencia de adultos que lo controlen todo a la vez da miedo y es excitante, y la casa monstruosa recordará a los públicos de todas las edades el placer de pasar susto sin empujar el temor más allá de límites confortables.
Como en la mayoría de las historias de fantasmas, el miedo representa otras emociones -pena, desilusión, soledad- y las secuencias de clímax de la película combinan las sensaciones de terror con un delicado pathos de ensueño. El escenario suburbano corriente se convierte (como ocurrió en ‘E.T.' y en ‘Regreso al futuro') en una zona de encanto, en parte gracias a que parece tan real.

Monster House
Dirección Gil Kenan Guión Dan Harmon, Rob Schrab y Pamela Pettler Director de Fotografía, Xavier Pérez Grobet Montaje Adam P. Scott y Fabienne Rawley Imágenes y Animación Sony Pictures Imageworks Inc. Música Douglas Pipes Diseño de Producción Ed Verreaux Producción Steve Starkey y Jack Rapke Distribución Columbia Pictures. Duración 86 minutos.

Con las voces de Steve Buscemi
(Nebbercracker), Nick Cannon (Lister), Maggie Gyllenhaal (Zee), Jon Heder (Skull/The Pizza Chef), Kevin James (Landers), Jason Lee (Bones), Sam Lerner (Chowder), Spencer Locke (Jenny), Mitchel Musso (DJ), Catherine O'Hara (Mom), Kathleen Turner (Constance) y Fred Willard (Dad).

22 de julio de 2006
©new york times

viene de mQh

Zombis y Caníbales Zarrapastrosos


[James Parker] El remake de ‘Las colinas tienen ojos’ [The Hills Have Eyes], de 1977, no es otra película sangrienta más. Pero la original tampoco lo era.
Nos gusta mirar películas B porque la vida es una película B: la vida, con sus sucios bordes, sus aburridas pausas, su incapacidad de sostener un ambiente o de ser tan completamente convincente como un guión. Y una película B de horror, especialmente de la variedad con salpicones de sangre, satisface nuestra intuición profana de que todos esos escenarios baratos han sido levantados con la mera intención de que sean aplastados por un maníaco o un zombi.
O por una familia de caníbales, como en ‘Las colinas tienen ojos’, de Wes Craven. Rodada en 1977 por 300 mil dólares, ‘Las colinas’ es todavía en realidad más que una película B: El absurdo guión y torpes efectos obligatorios del género no pueden impedir que se traspase una cierta calidad artístico-técnica.
La familia Carter -Big Bob, el poli jubilado; Ethel, la que teme a Dios; los tres niños grandes; un yerno; y una nieta chica- viven en una caravana en el desierto y pasan entre los blancos de una base de la Fuerza Aérea y sitios de pruebas nucleares. La fatalidad se cierne sobre ellos como una gárgola.
Cuando la enorme barcaza de clase media con aire acondicionado entra a una remota gasolinera, se puede oír el vacío a su alrededor. Los viajeros emergen parpadeando y desperezándose, pronunciando cortas frases, lanzando pequeños tufos de personalidad en el seco aire; están en el clásico estado pre-horroroso, recreado expertamente por el guionista y director Craven -en una especie de trance de normalidad, de cotidianidad, inconscientes de que esta ha sida suplantada. A unos kilómetros, en una curva equivocada, y un parachoques más tarde, los Carter son agredidos por un jefe caníbal de nariz partida, y su prole.
Una nueva versión de ‘Las colinas’, producida por Craven pero escrita por el director francés Alexandre Aja y Grégory Levasseur, está siendo proyectada actualmente en los teatros. Aja y Levasseur hicieron sus huesos, por decirlo así, con ‘Alta tensión’ [Haute Tension] en 2003, en la que los miembros de una simpática familia francesa son silenciosamente cortados en pedazos en su acogedora casa de campo. Para la presunción central de ‘Las colinas’ de Craven -el empate entre la civilización (los Carter) y la barbarie (los caníbales)- los directores han introducido ciertos tintes y tonos contemporáneos.
La violencia es generosa: Aja hace la coreografía de las escenas con hacha con toda la destreza y lustrosa sensualidad de un video de Pussycat Dolls. El arisco patriarca Big Bob es republicano ahora, y su yerno, Doug, un quejumbroso demócrata al que no le gustan las armas. Brenda, la hija menor de Bob (Emilie de Ravin) es una bomba sexual: La cámara ronda sobre su dorado cuerpo de un modo que en 1977 todavía no se inventaba -haría falta ‘Noche de Halloween’ [Halloween] y ‘Viernes 13’ [Friday the 13th] de los ochenta para consolidar la conexión entre la exhibición de un cuerpo joven y el ataque inminente.
Y aunque se ha amplificado la pulcritud, también se ha aumentado la monstruosidad. Los caníbales de la nueva ‘Las colinas’ ya no son simplemente feos, ahora son oficialmente mutantes (por las pruebas nucleares). Por supuesto, en la versión de 1977 había un notable elemento de demencia física, pero se concentraba en la extraordinaria persona de Michael Berryman (Pluto), cuyo largo y melancólico cráneo, delicada nariz, ojos sin pestañas y ausencia de uñas le daba el aire de una madre reptil que ha confundido a sus huevos. Los paletos radioactivos de Aja tienen las orejas en los lugares equivocados, y un pelín de rencor: "Vosotros nos habéis hecho como somos", croa un ser al estilo del Hombre Elefante desde su silla de baño.
El crítico de cine Robin Wood declaró estupendamente en su introducción a ‘American Nightmare: Essays on the Horror Film’ (1979) que "el verdadero tema del género de horror es la lucha por reconocimiento de todo lo que nuestra civilización reprime y oprime". Wood era un gran aficionado de Craven, encontrando todo tipo de significados en la primera película de Craven, ‘Última casa a la izquierda’ [Last House on the Left] (1972), y también en ‘Las colinas tienen ojos’, en la que, escribió, "la ‘normal’ familia varada es asediada por su oscura imagen en el espejo, la terrible familia de sombras de las colinas, que quiere matar a los hombres, violar a las mujeres y comerse al bebé".
Mirando ‘Las colinas’ original ahora, a la desgastada luz de 2006, surge la sospecha de que Wood y críticos como él fueron embaucados por el astuto Craven -un bien educado y estratégicamente pretencioso escritor que agrandaba sus guiones con referencias a mitos como si buscara precisamente este tipo de inflamada y erudita respuesta. El papi caníbal se llama Júpiter; sus hijos son Marte y Pluto; los Carter tienen dos pastores alemanes llamados Bella y Bestia (Bella es una de las primeras bajas), etc.
Por simpático que pueda parecer imaginar que los artistas baratos como Craven tienen un hueco en el lado oscuro de las cosas, generalmente no lo tienen; es por eso que son artistas baratos. Lo que tienen (o tenían) son pocas ambiciones y poco presupuesto, y el talento para hacer algo con esta coincidencia. Con ‘Las colinas’, Craven se movió rápido, no se acobardó y estrujó a sus actores para que actuasen con una demente clase de intensidad. La película, que fue sellada con la sensacional clasificación de X antes de unos cortes de última hora la colocaran dentro de la pálida R, fue un enorme éxito en los drive-ins en el país, remplazada al final por un Burt Reynolds contrabandista de cerveza en la avasalladora ‘Dos pícaros con suerte’ [Smokey and the Bandit].
Reynolds todavía está con nosotros, pero los drive-ins y la X desaparecieron, tragados por la industria pornográfica. Cuando las películas ‘adultas’ empezaron a anunciarse a sí mismas triunfantemente con doble y hasta triple X, la Asociación Cinematográfica de América se vio obligada a crear la clasificación N-17 -sexo o violencia explícita pero con significado, contenido, y alguna suerte de redención intelectual. La película ‘Las colinas’ original no tiene ninguna de estas cosas, era una perfecta X, excitación meramente vulgar. La excitación barata es más difícil de obtener de lo que uno cree, y extrañamente, mientras ‘Las colinas’ de 2006 (R) proporciona sacudida tras sacudida a nuestros corroídos receptores del horror, nos ponemos cada vez más nostálgicos de la zaparrastrosa sensación de 1977.

26 de marzo de 2006
©boston globe
©traducción mQh

Extraterrestres con Hambre


[Manohla Dargis] Zombis salidos de la mente retorcida de un erutido director.

Se supone que las babosas y pequeñas criaturas que se contraen en la boca de los personajes seriamente dementes de la película de horror ‘Slither’ [La Plaga] provienen del espacio. A decir verdad, estos bichos deliciosamente repugnantes, que parecen sanguijuelas que se mueven a gran velocidad, salieron del retorcido cerebro del guionista y director de la película, James Gunn, un sabio del horror que obviamente se ha dedicado a coleccionar las películas de George A. Romero y David Cronenberg. El país de los zombis de Romero viven en las sombras en ‘La plaga’, una película sobre un fecundo extraterrestre con un insaciable apetito por la carne. Pero parece ser el interés de principios de la carrera de Cronenberg en orificios chorreantes y protuberancias puntiagudas lo que causó el mayor impacto en Gunn.
Hay un montón de orificios, protuberancias y chorreadas en ‘La plaga’, junto con bastante carne cruda como para sugerir que, a pesar del descargo habitual de que durante la producción no se causó dolor a ningún animal, PETA estará pronto en las calles. El monstruo que engendra todos esos asquerosos bichos reptantes tiene el apetito del vaquero por el filete mignon. (¿Qué hay para cenar? Una vaca). Al monstruo también le gustan los perros y los gatos, y muestra un profundo cariño por el cuerpo prestado de la menuda señora, un matón de provincia llamado Grant (Michael Rooker -Henry, en ‘Henry: Retrato de un asesino’ [Henry: Portrait of a Serial Killer]) que fue obligado a dejar atrás. Su nombre es Starla (Elizabeth Banks) y la sonrisa de Starla brilla incluso después de que su marido Grant se ha transformado en un look-alike bastante desconcertante de Jabba the Hutt. "El matrimonio", dice, "es un vínculo sagrado".
También las películas; al menos, es la idea. El placer del horror no es simplemente que las mejores películas te hagan doblar los dedos de los pies y te obliguen a controlar las cerraduras, sino además requieren un conexión particularmente fuerte entre la audiencia y el director. Como la comedia, el horror es difícil de dominar porque requiere matices. Muchas películas de hoy simplemente se deleitan en la sangre y el sadismo; es absurdamente fácil fijar la atención de la audiencia en nada más que cercenar un brazo. El horror verdadero exige más que retozar en un osario; requiere terror, misterio, pavor. También requiere que la audiencia, una ruda multitud acostumbrada a todo tipo de carnicería hecha arte, suspenda su frialdad lo suficiente como para que el director demuestre lo que vale.
Gunn escribió el guión de un muy buen remake del clásico de zombis de Romero, ‘Amanecer de los muertos’ [Dawn of the Dead], que no debió tener éxito, pero que lo tuvo porque acató las reglas del género y las torció, principalmente haciendo a los zombis espeluznantemente más rápidos, como en la película ‘28 días después’ [28 Days Later], de Danny Boyle. El acelerado ritmo puede haber parecido herético (y Romero mismo sigue siendo un firme adherente de los muertos vivientes lentos), pero fue justo el tipo de pellizco que transforma en familiar un escenario fresco. De manera similar, mientras ‘La plaga’ parece a veces un puré de monstruos, lo que hace que funcione es la destreza con la que se desliza de puaj en puaj, pasando del horror a la comedia y al revés sobre sus sangrientos fundamentos.
El humor tiende a torcerse hacia lo obvio y lo torpe, aunque algunos de los mejores chistes son también los más subentendidos, como cuando el candidato a héroe, el jefe de policía Bill Pardy (el muy elegante Nathan Fillion, de ‘Serenity’), que se dirige a su encuentro con el monstruo acompañado de un grupo de alguaciles fuertemente armados, se detiene para bloquear su coche con un chirriante control remoto. Este nimio, inane gesto pone la acción efectivamente en pausa, desinflándola, y subraya lo ordinario del bueno de la película designado (incluso sugiriendo que puede no estar a la altura del desafío). También te hace pensar sobre logística, un componente crítico del género que exige un cierto desparpajo práctico de sus personajes.
Los personajes que salen vivos de una película de horror parecen venir equipados con un tipo de manual de supervivencia: saben cómo hundir una estaca en el corazón de un vampiro y cuándo disparar una bala de plata. Los hombres y mujeres de ‘La plaga’ parecen bastante desafortunados en comparación: sus armas no funcionan, y la granada que el departamento de policía guarda bajo llave parece que ha estado acumulando polvo desde la caída de Saigón. Gunn no parece estar interesado en revolver la trama con política, pero poco antes del gran final, querrá ser recordado como el héroe de esta historia. Incluso cuando el monstruo está a punto de arrasar la ciudad, este tipo sólo piensa en su imagen.

Slither
Guión y Dirección James Gunn Fotografía Gregory Middleton Montaje John Axelrad Música Tyler Bates Diseño de Producción Andrew Neskoromny Producción Paul Brooks y Eric Newman Distribución Universal Pictures.
Duración
: 96 minutos.

Reparto: Nathan Fillion (Bill Pardy), Elizabeth Banks (Starla Grant), Gregg Henry (Jack MacReady), Michael Rooker (Grant Grant) y Tania Saulnier (Kylie Strutemyer).

1 de abril de 2006
©new york times

Retorno de los Zombis


[Warren St. John] Y llegaron para quedarse por un largo rato.
Nuevamente, están en todas partes. Recorren las calles en trajes de hombres de negocios, con la sangre deslizándose por la barbilla. Salvándose por un pelo, en los parques de la ciudad, de las balas que dispara un ejército invasor de colegialas somalíes. Causan estragos en una cárcel de mujeres experimental. Saliendo a arañazos de sus tumbas, para iniciar una homicida marcha para reunirse con el Cegador de Vidas.
Etcétera.
Por supuesto, estamos hablando de zombis. Si no has prestado atención -y si realmente no has estado prestando atención, que Dios se apiade de ti-, los zombis están de vuelta. En películas, libros y videojuegos, los no-muertos están nuevamente en camino, dándose de codazos con hombres-lobos, vampiros, seres de los pantanos y momias, para convertirse en los monstruos del momento de después del cambio de milenio. Y aunque todavía puedas estar inconsciente de la proliferación de zombis, los fans del horror hablan de la locura de los zombis como un hecho de la vida, del mismo modo que nosotros hablamos de la gasolina a tres dólares.
"Estamos asistiendo al retorno de los zombis", dice Don D’Auria, el editor ejecutivo de Leisure Books, que publica libros de horror. "Hace tres años no nos veía nadie. Luego empezaron a aparecer por todas partes. Como monstruo, empezamos a atraer a la gente".
Si aceptas que los zombis han vuelto de la muerte, parece razonable preguntar: ¿Qué está pasando?
Pero ante de entrar en las teorías, contemos los cadáveres.
Este mes que viene Thunder’s Mouth Press publicará ‘Monster Island’, de David Wellington, un novela de zombis ambientada en Manhattan. Este verano, Max Brooks, el autor de la exitosa guía ‘Zombie Survival Guide: Complete Protection From the Living Dead’, publicará ‘World War Z: An Oral History of the Zombie War’ (Crown). Uno de los títulos mejor vendidos de Leisure Books en los últimos años fue ‘The Rising’, la novela de Brian Keene sobre zombis inteligentes. Incluso Stephen King ha escrito sobre zombis: su última novela, ‘Cell’, gira sobre un grupo de bostonianos que se convierten en zombis cuando de sus celulares emana un misterioso pulso que se apodera de sus cerebros.
Los zombis también han llegado a los teatros. En 2004 se recibió muy bien el remake de ‘Amanecer de los muertos’ [Dawn of the Dead], del legendario director de cine zombi, George A. Romero. Después de una pausa de 20 años, tras hacer clásicos como ‘Día de los muertos’ [Day of the Dead] y ‘La noche de los muertos vivientes’ [Night of the Living Dead], Romero mismo lanzó su cuarta película, ‘La tierra de los muertos vivientes’ [Land of the Dead], el año pasado, adelantándose a películas de zombis menores, como ‘Zombie Honeymoon’ y ‘Shadow: Dead Riot’.
Y luego están los juegos con zombis: videojuegos, juegos online, numerosos juegos de tablero, como Urban Dead, y, por supuesto, Zombies 1, 2, 3, 3.5 y otros más.
En círculos zombis -y sí, existen los círculos zombis; consulta AllThingsZombie para una introducción- hay en estos días una discusión sobre la renacida popularidad de los monstruos.
La discusión da por sentado que algunos monstruos se ponen de moda y dejan de estarlo, dependiendo de los aires culturales. Monica Kuebler, editora de la revista Rue Morgue, que cubre el género del horror, dice que los hombres-lobo fueron populares en los años ochenta, y los vampiros en los noventa, antes de que los zombis volvieran a la escena.
"Estas cosas tienden a volver en ciclos", dijo Kuebler.

Así que, ¿por qué los zombis? La mayoría de los fanáticos de los zombis concuerdan en que el renacimiento de los zombis tiene algo que ver con las ansiedades de la vida después del 11 de septiembre de 2001.
"En estos momentos la gente tiene el apocalipsis en su cabeza", dice Brooks. "Por el terrorismo, la guerra, los desastres naturales como Katrina". Varios aficionados a los zombis dijeron que la propagación del virus aviar tenía algo de ultratumba.
Los zombis, dice Brooks, son los duendes perfectos para estos tiempos, en parte debido a que sugieren un colapso social generalizado, cuando cualquiera -un agente de policía, una enfermera, un amigo- se convierte en una fuerza del mal. Con un hombre-lobo o vampiro, todo el mal se concentraba en una criatura: con los zombis, el mal está en todas partes.
"Van de la mano con las ideas apocalípticas", dice Brooks. "No puedes tener solamente un zombi. Los zombis son millones. Suponen el derrumbe de la sociedad. Y los zombis no se restringen a ambientes de horror convencionales. Ellos van donde ti. Sale el sol, y están todavía ahí. Llamas a la poli, y todavía están ahí. Crean una reacción en cadena del derrumbe de la sociedad".
Bryan Smith, autor de ‘Deathbringer’, está de acuerdo. "Apela al miedo subyacente que siente un montón de gente de que el mundo se está volviendo loco repentinamente", dice.
Si necesitas repasar tu conocimiento de los zombis, aquí hay algunas informaciones. Los zombis se originan en el vudú caribeño; se piensa que son cadáveres reanimados, controlados por los brujo que los hacen revivir.
En la literatura moderna y en películas, los zombis son normalmente criaturas estúpidas que se mueven lerdamente (debido a la rigidez de los tejidos necróticos, escribe Brooks) con un solo objetivo en mente: comer carne humana. Y no son demasiado exigentes en cuanto a quién comerse.
"Los zombis son consumidores", dice Wellington. "Comen y comen, y los mueve una sola cosa: su hambre. Más que nada, obedecen a un impulso".

Wellington dice que la calidad genérica de los zombis permite que los lectores proyecten en ellos sus temores particulares, y los escritores personalizan a sus zombis, que normalmente son un libro en blanco. En algunos libros, los zombis pueden hablar o pensar; en otros, simplemente farfullan sin sentidos y son completamente estúpidos.
En algunos libros y películas, los zombis transmiten el virus de los no-muertos a los humanos por mero contacto, como el virus de la influenza; en otros, el virus se parece más a la rabia y sólo puede contagiarse mediante una mordedura.
Quizás el debate más serio en el mundo de los zombis es si los zombis tienen que moverse lentamente, como en las películas de Romero, o si pueden correr. Algunos de los primeros zombis veloces aparecieron en la película de 2002, ‘28 Días después’ [Days Later]. En ‘The Rising’, los zombis de Keene pueden correr e incluso conducir vehículos, cualidades que algunos puristas de los zombis objetan.
"Los actualicé", dice Keene.
D’Auria dice que los escritores han utilizado a los zombis durante largo tiempo para abordar temas sociales amplios. Esos escritores caen en dos categorías, dijo: los que ven a los zombis como metáforas de la cultura americana y los que ven a los zombis como representantes de fuerzas extrañas que amenazan a la sociedad.
En las películas de Romero, los zombis a menudo representan el feroz consumismo americano. ‘Amanecer de los muertos’ [Dawn of the Dead], por ejemplo, está ambientada en un centro comercial de Filadelfia, donde a la gente la condena su propia codicia, mientras los humanos de ‘Día de los muertos’ [Day of the Dead], de 1985, transcurre en un búnker que algunos han comparado con las amuralladas comunidades de los suburbios americanos.
"Él ve al parte zombi de nosotros", dice D’Auria.
Por otro lado, no hay que exagerar demasiado para ver los paralelos entre los zombis y los terroristas anónimos que tratan de convertir a otros dentro de su sociedad a su mortífera causa. El temor de que cualquiera puede ser un terrorista suicida o un secuestrador de aviones corre paralelo a un tema común de las películas de zombis, en las que gente sana se zombifica por contacto con otros zombis y se convierten en asesinos.
"Eso es lo que yo quería captar: que tu mujer, tu hijo, tu mejor amigo, tu cura, cualquiera se podría convertir repentinamente en una de esas cosas", dice Keene. "Es xenofobia. Los americanos no confían en los musulmanes, y los musulmanes desconfían de Occidente. Todo el mundo anda paranoico".
En muchos libros y películas el humor negro es reforzado en estos días por la ausencia de capacidades tecnológicas entre los zombis. En un mundo donde la muerte se causa rápidamente, con satélites y bombas inteligentes guiadas por rayos láser, hay algo cómicamente ridículo en una máquina homicida que camina sobre dos pies con la habilidad de un niño de un año.
"No sería justo decir que todos los trabajos relacionados con el tema de los zombis sean serios", dice Kuebler, de Rue Morgue. "Cuando algo se convierte en moda, alguna gente creará cosas dentro del género para hacer un comentario social o político, mientras otros simplemente se subirán al carro porque saben que los zombis están de moda".
Brooks dijo que piensa que los zombis llegaron para quedarse por un rato.
"Cada vez que quiero oír que el género de los zombis está muerto, llamo a mis agentes", dice. "Ellos se equivocan consistentemente, porque todos los días sale alguna nueva película de zombis, o una película de televisión, o un nuevo libro, un nuevo videojuego, un nuevo juego de mesa. Esa es la cosa divertida de los zombis: que no se están muriendo".

26 de marzo de 2006
©new york times
viene de mQh

Terror y Amor No Correspondido En el Cine


[Kenneth Turan] La capacidad de Lon Chaney para causar terror es eterna. Preguntadle a Kenneth Turan, que se lo toma muy personalmente.
Como actor y como persona, en la pantalla y fuera de ella, Lon Chaney, el célebre Hombre de las Mil Caras, domina mis sueños, disturba mi reposo y atormenta mis períodos de lucidez.
Todos conocen su cara más famosa: el horriblemente desfigurado Erik, el torturado y desdichado Fantasma de la Ópera de París. Es una cara más allá de las pesadillas, más allá de lo imaginable, una de las imágenes más terribles llevadas alguna vez al cine, reconocible instantáneamente en cualquier cosa, desde carteles de conciertos de rock hasta sellos postales. Es una cara que expresa furia y desesperación, súplica y cólera, que irradia emociones para las que no tenemos nombre y que en realidad no queremos saber siquiera que existen.
Pero conocer esa cara es saber todo y nada. Pues Lon Chaney era también un hombre de mil paradojas, "la estrella que vivía como oficinista", de acuerdo al director Tod Browning, un solitario empedernido, dijo de él una vez su colega en el estrellato, Jackie Coogan, que "hizo verse a Howard Hughes como Pia Zadora". Como corresponde a un especialista, no en monstruos con caras humanas sino en humanos con caras monstruosas, casi todo sobre él era un misterio, una contradicción o ambas cosas a la vez.
Chaney fue un estrella importante, la más atrayente que produjo el cine mudo. En 1928 y 1929, los dueños de teatro del país lo votaron como la atracción masculina número 1 de la taquilla. Su ‘El jorobado de Notre Dame" fue la película que produjo tantos beneficios para la Universal en 1923 como el papel que lo lanzó a la fama en ‘El milagro’ [The Miracle Man] para la Paramount en 1919. Cuando la MGM anunció la seriedad de su letal enfermedad en agosto de 1930, llamó tanta gente para donar sangre que el estudio tuvo que contratar a telefonistas extras. Cuando murió pocos días después, a los 47, todos los estudios de Hollywood suspendieron el trabajo durante cinco minutos, a modo de homenaje.
También era profundamente respetado por sus colegas. Burt Lancaster recordó uno de los momentos de Chaney como "la escena más emocionalmente convincente que he visto en un actor". Joan Crawford, que tenía 23 cuando actuó con Chaney en ‘Garras humanas’ [The Unknown], lo consideraba "el individuo más intenso y excitante que he conocido, un hombre hipnotizado por su papel". Cuando actuaba, "era como si estuvieras trabajando con Dios, tenía una profunda concentración".
Y sin embargo una de las grandes paradojas de Chaney es que aunque su trabajo es parte del léxico de todo actor ("Quieres que llegues a ser alguien -tan alguien como Lon Chaney", le dijo Stanley Kubrick a Vincent D’Onofrio durante el rodaje de ‘La chaqueta metálica’ [Full Metal Jacket], como actor es único, sin descendientes, una estrella que no se parecía en nada a ninguna otra, ni antes ni después.
Parte de la explicación de esto es que Chaney alcanzó el estrellato haciendo papeles que son demasiado extraños de caracterizar o incluso difíciles de comentar, menos aún imaginar hoy a alguien intentando hacerse con una reputación más allá del cult o marginal, y lográndolo. No era una estrella del horror -el género en realidad no existió realmente sino hasta que ‘El fantasma de la Ópera’ ayudó a crearlo-, sino más bien un actor de carácter excepcional que convirtió en hábito la representación de individuos particularmente estrafalarios. No fue una fanfarronada cuando, para ‘Los antros del crimen’ [The Big City], dijo que "nadie en la pantalla puede hoy igualar a Lon Chaney por el misterio de lo inusual". Era un hecho, y todavía lo es.
Incluso dejando de lado la muerte del fantasma y el deforme jorobado, las opciones de Chaney dan que pensar. Suficientemente versátil como para hacer dos papeles en la misma película (en ‘Fuera de la ley’ [Outside the Law] uno de sus personajes mata al otro), el actor era alguien que solía cambiar de aspecto, era capaz de matar salvajemente a su propia hija o hacer de su propia y dulce abuela con la misma brillantez. Fue un hombre de un solo brazo en ‘Garras humanas’, y un doble amputado en ‘El hombre sin piernas’ [The Penalty]. Difícil de ignorar era su predisposición a representar a gente grotesca, aparentemente malvada, que eran lisiados, mutilados y tenían cicatrices, y su especialidad eran los que estaban paralizados de maneras estrambóticas. No es una sorpresa que una de las frase de moda de la época era: "No pises esa araña, puede ser Lon Chaney".
Debido a que no había precedentes de este tipo de actuación, las actuaciones de Chaney aterrorizaban a sus audiencias. Los cinéfilos se desmayaban frecuentemente y ahogaban sus gritos, y un carpintero de Londres vio a Chaney como vampiro en ‘La casa del horror’ [London After Midnight] justo antes de asesinar a una criada y luego intentar cortarse su propia garganta, dijo en el tribunal, convincentemente, que una alucinación del actor lo había vuelto loco.
Palabras como ‘vil’, ‘grotesco’, ‘macabro’ y ‘ bizarro’ aparecen una y otra vez en las reseñas de las películas de Chaney. Un crítico dijo que su trabajo en ‘El jorobado de Notre Dame’ creó "un Quasimodo que sólo puede ser imaginado bajo el estrés de una pesadilla especialmente vengativa"; Variety lo llamó "asesino, espantoso y repulsivo". Los reseñadores no estaban seguros de si era algo bueno, pero nadie dudaba de la efectividad del actor, entonces y ahora.
Así que ¿de dónde venía su talento? ¿Por qué tocó en su día una cuerda tan popular, y que sin embargo no dejó huella en el cine contemporáneo? Esto a pesar del hecho de que Chaney sigue siendo una de las presencias cinematográficas más espantosas, alguien cuyas películas me dejan tan aturdido que verlas después de la puesta de sol es correr el riesgo, como le pasó a la enamorada Cristine en ‘El fantasma de la Ópera’, "de pasar una noche de vagos horrores, y torturados sueños".

Es difícil encontrar respuesta a cualquiera de las preguntas de Chaney. Para comenzar, no tenemos acceso a todas sus películas, y probablemente no lo tendremos nunca. El biógrafo Michael Blake, que sabe sobre él más que nadie, dice que de las 158 películas que hizo Chaney (desde su debut de un carrete, ‘Poor Jake’s Demise’ en 1913 hasta su única película sonora, ‘El trío fantástico’ [The Unholy Tree] en 1930), sobreviven sólo 47 o 48 completa o parcialmente. Además, Chaney era un hombre que evitaba la luz del día, que insistía que "entre una película y otra no existe Lon Chaney".
Era una celebridad que rara vez cedía entrevistas, que desdeñaba los autógrafos, las apariciones personales y responder las cartas de los admiradores (hacía una excepción con los presos) y que incluso se hizo famoso cuando dio la espalda a la cámara en un noticiario de 1925 mostrando a las estrellas de MGM. No asistía a los estrenos, no socializaba con sus colegas de Hollywood y se burlaba las peticiones de publicidad de los estudios que le pedían detalles personales, comentando irónicamente: "No podría oírles decir: ‘Coma los cereales favoritos de Lon Chaney y véase como el Jorobado de Notre Dame’".
Parte de esta reticencia se puede atribuir al astuto talento para el espectáculo de un actor que era suficientemente inteligente como para darse cuenta que revelar demasiado de sí mismo era "como quitarle la barba a Santa Claus". Pero mientras más sabe uno sobre la historia de Chaney, más llegamos a creer que esto es sólo parte de la historia. Pues es un actor que una vez se jactó de que "se las arreglaría para que nadie pueda escribir mi biografía después de mi muerte". Incluso el lugar donde pasaba las vacaciones se ajusta a esa idea: una cabaña de piedra (diseñada para él por el célebre arquitecto de Los Angeles, Paul Williams) en una zona sin caminos del Parque Nacional Inyo, tan remoto que el único modo de llegar es a pie, siguiendo una huella animal.
Ya que la vida privada de Chaney era justamente privada, sus raros encuentros personales con sus contemporáneos son venerados por sus admiradores como si fueran astillas de la cruz de Cristo. Los biógrafos discuten sobre si había alguna oscuridad escondida en Chaney, y utilizan palabras como "retirado", "secreto", "poco comunicativo" y "hosco". Sin embargo, como siempre, hay considerables evidencias de lo contrario. Aunque probablemente era, como dijo Charles Van Enger, el director de ‘El fantasma de la Ópera’, "una persona que no te gustaría ver enfadada", también era algo así como un socialista instintivo, que una vez se negó a trabajar horas extras porque habría privado de un día de paga a los figurantes. Las jóvenes actrices con las que trabajó, como Patsy Ruth Miller, en ‘El jorobado de Notre Dame’, lo recuerdan invariablemente como "extremadamente amable, considerado y protector".
Lo que emerge, a este nivel, es la imagen de un profesional completo que tenía poca paciencia con las idioteces de los estudios. Cuando respondió a una pregunta sobre la co-estrella de ‘El cazador de tigres’ [Where East Is East], Lupe Vélez, con un seco: "Se está portando bien", cuando escribe a Universal Studios que "no voy a tolerar ninguna de sus tonterías", parece que uno está oyendo la genuina e irascible voz del hombre mismo.
Sin embargo, a otro nivel es imposible no ver que Chaney es un hombre que aprendió, en el transcurso de una vida difícil, a ocultar tanto su identidad como sus emociones cuando no estaba en la pantalla. Es una clásica estrategia de auto-protección, pero también puede haber ayudado -incluso forzado- a canalizar más efectivamente sus sentimientos cuando estaba frente a la cámara.

Leonidas Chaney fue un actor prácticamente desde su nacimiento el 1 de abril de 1883, en Colorado Springs, Colorado. Sus dos padres eran sordos, y en cuarto año dejó la escuela para cuidar durante tres años de su madre enferma, convirtiéndose en su vínculo con el mundo exterior y en el proceso perfeccionando su impecables habilidades de mimo. Se dice incluso que tenía eso que los mudos llaman ‘cara de mudo’ -"con la que comunicas todo", dice su biógrafo Blake, "porque no tienes la capacidad ni de hablar ni de oír".
Chaney se sintió atraído por las tablas cuando era adolescente, y pasó casi una década recorriendo el Oeste de gira en una serie de míseras compañías de comedias musicales. Conoció y se casó con la cantante Cleva Creighton, de 16 años, y tuvieron un hijo, Creighton Chaney (el futuro Lon Jr.), pero pronto la familia retomó las giras. Fueron tiempos difíciles, miserables, sobre los que Chaney prefería no hablar, excepto para decir que "las giras en ferias por el campo me ha provocado repugnancia por el lado de la actuación de mi profesión". Su hijo fue más comunicativo, recordando que "Papá, como último recurso, podía ponerse a bailar en cualquier momento en cualquier bar y reunir suficientes monedas para comprar comida".
El matrimonio tuvo problemas, pero nadie esperaba lo que pasó después. El 30 de abril de 1913, durante una actuación de Chaney en el Majestic Theater en el centro de Los Angeles, Cleva intentó suicidarse tras los bastidores, tragándose un frasco de bicloruro de mercurio. Sobrevivió, pero nunca pudo volver a cantar.
En un ataque de furia, Chaney sacó a Cleva de su vida. Hizo más que divorciarse de ella: nunca la volvió a ver ni a hablar, le dejó un dólar en su testamento y le contó a su hijo que Cleva no había sobrevivido al veneno. (Lon Jr. no se enteró de la verdad sino hasta después de la muerte de su padre). El actor entonces se casó con una corista llamada Hazel Hastings, ella misma divorciada de un hombre sin piernas que tenía una tabaquería en San Francisco, y eventualmente dejó creer que era la madre de Lon Jr. En el aislado mundo del teatro itinerante, sin embargo, Cleva causó suficiente escándalo como para que a su ex marido le costara encontrar empleo, que probablemente llevó a Chaney a tratar de hacer algo en el cine.
Después de años de rutina, consiguió un rol estelar en 1919 en ‘El milagro’, en la que hizo de timador llamado la Rana, famoso por su capacidad de hacer contorsiones con su cuerpo y adoptar tremendas posturas. De la película sobreviven unos pocos minutos, pero ver a Chaney arrastrarse doblado por el dolor hacia un curandero llamado el Patriarca es todavía tan impresionante como cuando la Exhibitors Trade Review se asombraba de esta "horrorosa y deforme masa de carne torcida para despertar piedad".
Hay que decir que Chaney estaba pintado para su época y era una especie de genio que surgió y prosperó en una sociedad que podía apreciar lo que hacía. Era una época en que las aberraciones físicas estaban más presentes que ahora, antes de que los avances en la tecnología médica y los cambios en las actitudes públicas alteraran el paisaje natural y psicológico. También era la época de después de la Gran Guerra, y al menos un crítico sugirió que los personajes de Chaney eran un modo en que se podían tratar en la pantalla "los efectos y consecuencias de la Primera Guerra Mundial: la mutilación de los cuerpos y el retorno de esos hombres a la sociedad".
Mano a mano con esta realidad había un tipo de desvergonzado sentimiento, una disposición a entregarse a las sensaciones, que fue característico del cine mudo. Las audiencias eran especialmente susceptibles al talento de Chaney para representar la desilusión amorosa y el horror, el pathos y la amenaza. Conectaba cosas que las audiencias habían perdido la costumbre de vincular -lo grotesco y lo amoroso, si quieres- y sus admiradores lo amaban por eso.

Que Chaney todavía nos seduzca y horrorice habla de la amplitud y profundidad de su talento. Un hombre de considerable fuerza física, podía ser sutil y cortés, era conocido por su audiencia por sus delicados movimientos de dedos y manos. También dominaba Chaney cabalmente el arte del maquillaje. Con una simple caja de aparejos de un pescador, ahora en la colección del Museo de Historia Natural de Los Angeles, Chaney se convirtió en tan gran maestro ("Es un arte", dijo. "No magia") que escribió la introducción a la materia para la 14a edición de la Enciclopedia Británica. Nadie pudo imaginar cómo creó su nublado ojo sin vista en ‘El tuerto de Mandalay’ [The Road to Mandalay], hasta que Michael Blake descubrió que el actor tenía un óptico local que le hizo una versión de las entonces desconocidas lentes de contacto, que cubrían completamente su ojo real.
Nada podía estar en el camino de los efectos deseados, incluyendo lo que su hijo llamó sus "agonías". "A veces sangraba que era un espanto", dijo el director Charles Van Enger, refiriéndose a los cables que torcieron la nariz de Chaney para su maquillaje en ‘El fantasma de la Ópera’. "Nunca dejamos de rodar. Él soportaba el dolor".
Haciendo del cerebro criminal Bizzard, "ese mutilado del infierno", en ‘El hombre sin piernas’, Chaney fue todavía más lejos. Para retratar convincentemente a un hombre al que un cirujano negligente le amputó las dos piernas, Chaney se amarró las dos suyas hacia atrás, con los tobillos cerca de sus muslos, y se amarró unos muñones de cuero, agregando a la ilusión el inteligente uso de ropa grande. El dolor era tan intenso que Chaney no podía llevar los muñones por más de 10 o 20 minutos. Sin embargo, fue tan absolutamente convincente que terminaba con una escena final, ahora perdida, de Chaney caminando con sus dos piernas para mostrar a la audiencia que era un actor de verdad, y no un lisiado de verdad.
Mientras que la completa magnitud del dolor que soportaba Chaney es todavía debatible, la realidad con que imbuyó esos personajes es innegable. Creada no por el maquillaje ni las contorsiones físicas, su intensidad viene de un lugar muy profundo, sacada de profundidades desconocidas cuya existencia se negó a reconocer.
El actor insistió siempre, como a su colega Miller en ‘El jorobado de Notre Dame’, que "no tienes que vivir el rol, sino simplemente hacerlo. El punto no es que te eches a llorar; el punto es que hagas llorar a la audiencia". Pero no es posible ver a Chaney en el mejor de sus papeles sin creer que, a su modo, los vivía. Quizás contra su voluntad y quizás incluso sin su conocimiento, Chaney era un actor del Método antes de que existiera el término, alguien que tenía una conexión íntima con los anhelos de sus monstruosos personajes. "Te podía decir: ‘Virg, me quiero ver amenazador y repulsivo, pero al mismo tiempo quiero que el público me quiera’", dijo el director Virgil Miller al historiador del cine Scott MacQueen. "Quería ser amado". Esa es la razón por la que su trabajo no admite convertirse en anticuado, aunque otros aspectos de sus películas sí envejecen.
Mirar a Chaney puede ser una especie de exorcismo personal. Poco interesado en ser nada más que espantoso, el actor colapsa la distancia entre el público y la pantalla, entre nosotros y ellos, insistiendo en que tenemos empatía con el horror haciéndonos sus cómplices. Nadie ha descrito la compleja red de emociones que crea este hombre mejor que el admirador de toda la vida de Chaney, Ray Bradbury, entrevistado en el comprehensivo documental de Kevin Brownlow, ‘Lon Chaney: A Thousand Faces’: "Era alguien que representaba nuestra psique", explica Bradbury."De algún modo se metía en las sombras que llevamos dentro; era capaz de meterse en nuestros temores más ocultos y ponerlos en la pantalla". Verdaderamente, "la historia de Lon Chaney es la historia del amor no correspondido. Saca a la superficie esa parte de ti, porque temes que no te amen, temes que nunca serás amado, temes que hay algo en ti que te hace grotesco y que el mundo te dará la espalda".
Las palabras de Bradbury me recuerdan que Chaney me seduce, me asusta del modo en que lo hace, en parte porque yo tomo el horror personalmente. Soy susceptible a la oscuridad del género, me siento abrumado por su poder, incapaz de verlo, como otros muchos lo hacen, como un modo de disipar el tedio de un mundo soso. Para mí el mundo está lejos de ser soso, y el horror no se queda en la superficie de mi mente. Se mete dentro.
Debido a que Chaney también parece conectarse con sus materiales a un nivel más profundo y no formulado, me empuja a su mundo. Cuando está en la pantalla me siento, paradójicamente, como la persona asustada al mismo tiempo que como la que asusta -y es una combinación espantosa. Como dice Bradbury, ver a Chaney es sentir que uno todavía se puede convertir en una persona de la que todo el mundo huirá en horror y temor.
Sobreviviendo incluso a Greta Garbo, Chaney resistió el cine sonoro, pero resultó ser tan bueno en ‘El trío fantástico’, su primera película sonora, que juró ante notario que todas las cinco voces utilizadas por sus personajes eran suyas. La última paradoja de Chaney fue su muerte de cáncer a los bronquios a los 47, antes de que pudiera hacer una segunda. ‘El Hombre de las Mil Caras", decía un titular a toda página en los obituarios de Los Angeles Times, "Sólo Se Lleva una a la Tumba". Lon Chaney está sepultado en una cripta en Forest Lawn, en Glendale. No tiene lápida.

www.cinema.ucla.edu

Kenneth Turan es el autor de ‘Never Coming to a Theater Near You’. Está escribiendo una biografía de Lon Chaney.

19 de febrero de 2006

©los angeles times
©viene de mQh

Boris Karloff, el Hombre y la Bestia


[Terrence Rafferty] El famoso monstruo del cine de horror empezó su carrera como signo de interrogación. Homenaje en Nueva York.
En los créditos iniciales de la película que lo convertiría en estrella, fue anunciado como "?". Setenta minutos después, en los créditos finales de ‘Frankenstein’, de James Whale, 1931, se dio un nombre a un actor irreconocible que había encarnado (si esa es la palabra) la innatural creación del Dr. F., y era un apropiado nombre para una película de monstruos: Boris Karloff. El misterioso Karloff era de hecho Williams Henry Pratt, un actor de carácter inglés de edad mediana, medianamente exitoso, hábil y suficientemente profesional como para haber aparecido en docenas de películas en los 15 años previos, y sin embargo obstinadamente oscuro: Cuando lo propusieron como posible ‘Frankenstein’, Whale dijo: "Boris ¿qué?"
El Film Forum está celebrando el 75 aniversario de ese clásico del horror con una retrospectiva de una semana dedicad a la extravagante carrera de esta improbable estrella, que fue suficientemente versátil para evitar ser identificado exclusivamente con el papel que lo convirtió en un nombre familiar, pero que nunca fue capaz de zafarse del género de horror, el insalubre origen de su fama. La serie de Film Forum, que empieza hoy con dos películas de ‘Frankenstein’ y la demencial, espeluznante ‘La máscara de Fu Manchu’ (1932), consiste de 14 películas -alrededor de una décima parte de la intimidante obra de Karloff -y no se puede ignorar que las tres fueron producidas entre 1931 y 1935. Es decir, los últimos 34 años de su vida, durante los que apareció en más de 60 películas, son representados en la retrospectiva por una sola película por década: ‘El ladrón de cadáveres’ [The Body Snatchers] (1945), ‘El estrangulador fantasma’ [The Haunted Strangler] (1958) y ‘El héroe anda suelto’ [Targets] (1968).
Es triste, pero no es irrazonable. Después del breve auge del horror a principio de los años treinta, cuando las adaptaciones de Universal de ‘Drácula’ (1930) y ‘Frankenstein’ hicieran buenos negocios y los monstruos y científicos locos dominaran media década, el género se puso vago y chapucero con alarmante velocidad -hasta el punto que Karloff, su principal estrella, tendría finalmente que aceptar papeles en películas de Abbot y Costello y, más tarde, en películas de fiestas de playa, justo para ir tirando. En los años cincuenta y sesenta, fue más una figura decorativa que un monstruo viable: un anciano y, por entonces, más bien de aspecto frágil, que se ganaba la vida asustando a los niños.
Así esta serie se concentra correctamente en el Karloff de la era de ‘Frankenstein’, cuando el arte del género que fue su destino era al menos defendible y los actores podían concentrarse en la fructífera labor de crear un personaje antes que en la estéril, agotadora tarea de aferrarse a las deshilachadas hebras de su dignidad. Cuando tenía la oportunidad, Karloff era un acto bastante bueno. Su tambaleante, desconcertado monstruo recién nacido en ‘Frankenstein’, es una obra bella e imaginativa, un pequeño poema perfectamente económico de los peligros del descontrol. La asombrosa intensidad de esta mortal bestia fue una clara influencia para ‘King Kong’, que salió dos años después; también es el punto de contacto más cercano entre el ‘Frankenstein’ de Whale y la brillante novela de 1818 de Mary Shelley que fue -no demasiado fielmente- adaptada al cine.
El modo tenebroso, pero simpático, fue a menudo efectivo para Karloff, cuyos ojos eran más bien sensibles, cuya voz era suave y sonora y cuya dicción ceceante era siempre conmovedoramente precisa. En esta serie verás ese tipo de actuación no sólo en ‘Frankenstein’ y en la salvaje y cómica secuela de Whale, ‘La novia de Frankenstein’ [Bride of Frankenstein] (1935), sino también en la atroz ‘El cuervo’ [Raven] (1935), en la que Karloff, como actos secundario, desplaza sin esfuerzo, a su colega del horror de la Universal, Bela Lugosi, y en ‘El estrangulador fantasma’, un poco elegante Jekyll-y-Hyde en la que alterna fluidamente entre una desconcertada decencia y la imponente rabia homicida. Pero cuando se necesitaba el mal puro, mal puro era lo que Karloff entregaba conscientemente. Sería un reto encontrar su humanidad redentora en su implacable Fu Manchu, o en el sádico arquitecto adorador del demonio Hjalmar Poelzig (ese es un nombre del cine de horror) de la barrocamente divertida ‘El gato negro’ [Black Cat] (1934), de Edgar G. Ulmer. La ominosa quietud de su actuación en ‘La momia’ [Mummy] (1932), de Karl Freund, está en el lado inquietantemente terrorífico, aunque la implacable malevolencia del personaje es quizás en parte excusable por haber sido metido en una cripta durante varios miles de años: su falta de habilidades sociales y la general vileza de su carácter son, en las circunstancias, comprensibles.
Y lo mejor de Karloff, la actuación más profundamente inquietante, creo, está más cercana al extremo de mal absoluto de la escala, que del extremo tenebroso pero simpático. En un respiro demasiado breve del fango, hizo en los años cuarenta tres películas para el muy inteligente productor de películas de horror, Val Lewton, la más impresionante de las cuales, ‘El ladrón de cadáveres’, de Robert Wise, se proyecta el martes con un maravillosa función triple con ‘El gato negro’ y la hilarante comedia negra de Whale, ‘El caserón de las sombras’ [The Old Dark House] (1932). En ‘El ladrón de cadáveres’, Karloff es un taxista de Edimburgo llamado Gray, que roba tumbas para entregar cadáveres frescos a una facultad de medicina. (Es 1831, no mucho después del escándalo de los famosos ladrones de tumbas, Burke y Hare). Lo más alarmante sobre Gray, sin embargo, no es tanto su espeluznante ocupación como el regocijo con el que atormenta a su cliente favorito, un doctor MacFarlane (Henry Daniell), y el idealista asistente de MacFarlane. Gray afecta un tipo de descarado servilismo, una actitud de es-suficientemente-bueno-para-gente-como-yo, mientras se divierte espantosamente en recordar a los médicos su complicidad en sus crímenes. La verdadera vocación de este hombre (y es claramente una labor de amor) es la de corruptor, y lleva consigo el hedor de las tumbas donde quiera que vaya. Karloff trabaja aquí con tupidas cejas, fríos ojos y una repentina y sepulcral risa para crear al canalla de pesadez y complejidad shakespeareanas: un monstruo del resentimiento, como Richard III, y un hombre que sólo puede hacer algo bueno haciendo algo malo.
Pero roles como estos no fueron frecuentes para Boris Karloff, y consiguió de algún modo evitar ser consumido por la amargura. En una de sus últimas películas, ‘El héroe anda suelto’ [Targets], de Peter Bogdanovich, hace de vieja estrella del horror llamado Byron Orlok, quien finalmente, tras años de películas cada vez más malas, se prepara para colgar en la percha su traje de monstruo. Eso es algo que Karloff no hizo nunca: trabajó hasta el final -que llegó en 1969, cuando tenía 81- y siguió siendo, hasta el final, un obediente y resignado embajador del horror. Un extraño destino, quizás, para un ser humano corriente, pero Karloff era un actor, con la peculiar sabiduría de los actores. Lo puedes sentir, el escrupuloso oficio y conmovedora corrección que insuflaba en sus papeles menos agradecidos un tipo de humilde gratitud, un conocimiento de que había, al menos, logrado esquivar lo más horroroso del horror de su profesión. Ser Boris Karloff, sinónimo de corrupción, muerte y maldad, pueden haber tenido sus apuros, pero superó la de ser un signo de interrogación.

www.filmforum.org

6 de febrero de 2006

©new york times©traducción mQh

Esta Noche Poseeré Tu Cadáver


Zé do Caixao, palafrenero científico, secuestra a las mujeres malas del pueblo para violarlas y crear una raza superior de humanos malos y sin sentimientos.
Un palafrenero -de abrigo relativamente ajustado y sombrero negros- que desvaría incoherencias metafísicas comete aparentemente varios asesinatos de mujeres, sembrando el terror en la cantina y calles del pueblo. Pareciera que lo apresan, que han tratado de lincharlo incluso, y que es sometido a juicio y dejado en libertad por falta de pruebas en el primer minuto de la película. El palafrenero se acerca a su casa -que es una tenebrosa funeraria junto al cementerio- y, a medida que avanza por la calle principal del pueblo, los niños y la gente se retiran asustados y persignándose y cerrando los postigos, y las mujeres corren a casa apretando a sus bebés en los brazos y jalando a los hijos de la mano. El palafrenero -Zé do Caixão, vale decir José del Ataúd- adora a los niños y salva a uno de morir atropellado por un motorista. Cuando Zé -un hombre delgado, de cara carcomida y de una barba puritana evidentemente falsa, ya que es de diferente color que el resto del pelaje, con una sola ceja marcadamente arqueada y largas y cultivadas uñas de vampiro- ve acercarse a toda velocidad por la calle del pueblo a un motorista y se lanza sobre un niño que hacía de gallinita ciega y al que los amiguitos con los que jugaba lo habían olvidado cuando huían desesperados. Caen los dos rodando y Zé, para consolar al pequeñín, saca una cajita de música y se la acerca a la oreja. Se acerca la madre y se lleva, asustada, al chiquillo. Zé es un paria.
La noche misma de su regreso, empiezan a desaparecer del pueblo varias mujeres, y los pueblerinos sospechan del palafrenero y temen que las mujeres hayan sido matadas por Zé, al que consideran un demonio. Efectivamente es Zé quien las ha secuestrado y encerrado en una habitación con varias cunas (tanto así que las actrices han debido doblar las piernas para poder tenderse en ellas). Sorprendentemente, parecen muy resignadas. Zé les explica que las ha secuestrado porque son, en primer lugar, malas, diciendo, por ejemplo, que lo son porque no se han casado por la iglesia -implicando así que ellas se merecen compartir su destino- y porque son guapas. Pero, por eso, han sido elegidas para jugar un papel en la creación de una nueva raza de hombres superiores y eternos, desprovistos de sentimientos, y ellas serán sometidas a pruebas para determinar quién de todas portará la semilla -como se expresan tan floridamente los personajes- de Zé en su vientre. Al resto, dice, las matará, si acaso no se le ocurre nada mejor. Zé tiene un siniestro ayudante de joroba movediza y una gigante oreja aplastada, con una mejilla llena de llagas y de mirada de zombi lascivo y siempre babeando por su boca abierta.
Entre los desvaríos de Zé -tiene a las mujeres en su casona acorralada por tumbas junto al, más bien, en el cementerio y el ambiente es naturalmente nocturno y brumoso, porque en el cementerio hay, además, pantanos de arenas movedizas-, está la negación de la existencia de Dios y dice que sólo vive el Demonio y -y esto suena muy coherente- que si fuera falso lo que él afirma, entonces él no haría lo que hace, porque Dios sería entonces más fuerte, lo que sería imposible porque Dios no existe, y, por tanto -concluye extrañamente- sólo existe la sangre. Con la sangre quiere decir, según se deduce, la materia, en el sentido de que es materia la transmisión de los genes y, por tanto, sólo vale luchar por la perfección de la raza, y que si él, que es el Mal, o sea la perfección, logra acoplarse con una mujer igualmente mala, tendrán un hijo que será la perfección más perfecta del Mal y procrearán una raza de hombres superiores y carentes de sentimientos y principios, y, además, eterna. ¡Y él acusa, lanzando miradas de desprecio y suficiencia, a los pueblerinos de ser supersticiosos!
Dicho y hecho, cuando ellas duermen en sus cunas, Zé introduce a la habitación una invasión de peludas tarántulas que se montan sobre las mujeres, especialmente en el culo, las tetas y la cara, hasta que ellas finalmente despiertan y Zé enciende la luz y descubren a gritos y aullidos de terror que las tarántulas se las están poco menos que comiendo vivas. Sólo una de ellas no se apanica ni tiembla. Es Marcia. Y Zé cree que es la mujer que él espera y que le dará ese hijo perfecto que mejorará la raza.
Le regala a su ayudante, el jorobado Bruno, una de las desafortunadas, que el monstruo se lleva discretamente a violarla a otra parte. Vuelve con ella al cabo, y la coloca, muerta, en una cama. Le explica a Zé que ella estaba gritando mucho cuando la violaba y que le había apretado el pescuezo y la había parece que matado sin darse cuenta. Zé le consuela, diciéndole que no lo lamente, que no era más que una perdedora. Parece que las mujeres se dan cuenta ahora de la situación en que están y empiezan a chillar. Zé abre con un mecanismo una compuerta y convence a las mujeres de que entren ahí. Es un diminuto patio. Se mete luego en la cama con Marcia para hacerle un bebé y, con otro truco, abre una ventana que da al patio subterráneo en que ha encerrado a las mujeres. Ahí empieza a echarles un buen montón de culebras. Mientras las serpientes venenosas meten miedo a las histéricas mujeres, las pican y las estrangulan, él se monta encima de Marcia. Una de ellas, antes de morir, lo maldice y le anuncia que volverá a nacer para castigarlo, reencarnándose en su propio cadáver -lo que todavía me parece bastante incomprensible. Él se muere de la risa. Pero a Marcia le da un repente y le dice que no puede seguir follando porque siente compasión por las mujeres. Zé la deja marchar. Luego le dirá a Bruno que se deshaga de los cadáveres y este los arroja al pantano.

El ojo de Zé se posa casualmente en una atractiva bigotuda, Laura, que es la futura novia del hijo del coronel del pueblo. Zé se quiere acercar a ella, pero se lo impide un hércules, Homero, vestido de levantador de pesas turco, musculoso, rapado, y con un ojo postizo. Con una buena paliza le recompensa Zé, zarandeándolo por el cuello, con demoníaca fuerza, con un bastón. Cae a una charca el hombrón y se acerca Zé a la joven. "Te espero esta medianoche en la Avenida de las Flores Rojas", le dice misteriosamente. Por la noche se escapa la chica de su casa y se viene a la avenida a esperar a Zé. Laura resulta ser todavía más malvada que Zé y este se queda prendido.
Laura no vuelve a casa. Todo el mundo se entera de que ha humillado al novio y de que se queda a vivir en la funeraria. El novio le propone a Zé comprarle a doble precio las propiedades si le entrega a Laura y si se marcha inmediatamente del pueblo. Zé, engañándolo, acepta. Cuando vuelve el chiquillo con el dinero, Bruno lo agarra, por detrás, por el cuello y Zé le da un tortazo con el bolso con el dinero que le llevaba. El chico se desmaya y Bruno lo amarra. Zé se aparece y le muestra cómo morirá, poniéndole un ejemplo ilustrativo con un ratón de laboratorio. Este es colocado debajo de un enorme pedazo de roca -de un metro cúbico-, que dejan caer sobre el animal, que muere aplastado, su sangre salpicando por todos lados. Lo ponen luego a él mismo. Prende fuego a la cuerda de la que cuelga la roca, y le dice que dejará que Dios decida. Si es tan bueno como dicen, dice, apagará la llama y te salvarás. Pero si yo soy superior a él, entonces la llama seguirá, la cuerda se romperá y tú te irás al cielo y saludarás de mi parte a los angelitos, o si te vas al infierno le darás mi dirección al diablo. Jejejeje. La cuerda se rompe. Luego se acerca a Laura y le dice alegremente que mató a su hermana. Lejos de lamentarlo, la mujer se echa en brazos del vampiro, pidiéndole que la folle.

Truncador, el levantador de pesas, está de vigilante en la acera de la casa de Laura. Para distraerlo, Ze pide a Marcia -que le debe la vida- que lo seduzca por un rato. Marcia se lo lleva a la cama y después de calentarle la tetera y de que el monstruo le dijera: "Te quiero sólo para mí", le dice que todo es posible, pero que ella es cara, porque le gustan las joyas, el lujo y el dinero. Él le dice que conseguirá ese dinero. Truncador parte en búsqueda de una botella de champaña y entra a la cantina, por donde se aparece el jorobado cojo y semi ciego a decir que su señor apuesta cualquier cosa al poker. Truncador inquiere si acaso también apuesta dinero. Al cabo de una hora comienza la partida, con todos los pueblerinos mirando por la espalda, y Truncador pierde miserablemente.
Sale de la cantina y Bruno se le echa encima con un palo, dejándolo mal herido. Cuando salen todos, lo que ven es el cadáver del hijo del coronel con la cabeza reventada, el bolso con el dinero, y Truncador, con una roca cerca de él. Lo acusan del asesinato y lo meten a la cárcel. Luego logra escapar y avisa al coronel de lo que verdaderamente ha ocurrido. El coronel decide tomar la justicia en sus manos y encarga a Truncador formar una milicia para terminar con el monstruo. Salen en su búsqueda y lo atrapan en el pueblo, la noche del parto en que Bruno salió a comunicar y celebrar que Laura esperaba su hijo y que se había empinado demasiadas copas. Se le echan encima y finalmente lo dominan, subiéndolo amarrado a un carro. Se sienta encima de él para llevárselo al coronel, pero en el camino, cerca del cementerio, Zé se llena de energía, sale de su letargo y lo primero que se le ocurre hacer, es cortarle la garganta a uno de los vigilantes con unas cuchillas que lleva en los zapatos. Se escapa en la noche. Entra al cementerio. Lo siguen. Zé se esconde detrás de un árbol y sorprende a uno de los seguidores clavándole un hacha gigantesca en la mitad de la frente. Se deja atrapar por la cuadrilla y los engaña, haciéndolos caer en un pantano de arenas movedizas. Mueren todos. El coronel está convencido de que a sus hombres los mató Zé, pero el jefe de policía, Homero, le dice que no tienen pruebas.

En la cantina del pueblo, se entera Zé, espiando la conversación de uno de los maridos que había perdido a su mujer, que una de las asesinadas estaba embarazada. Lleno de culpa -porque amaba a los niños-, vuelve a casa, a confesarse con Laura. Esta lo consuela diciéndole que eran seres inferiores. Creo que después se le aparece el fantasma de la muerta, amenazándolo, como la primera vez, con que se reencarnará en su cadáver muerto y otras excentricidades, y desapareciendo en medio de espeluznantes carcajadas. Sale Zé al cementerio que tiene en el patio, con varias tumbas recién abiertas o recién cerradas, y unas manos que salen de las tumbas y de la tierra lo cogen de los tobillos y los brazos, impidiéndole avanzar, y tratando de jalarlo. Lo que finalmente consiguen, cayendo Zé por un oscuro hoyo, por el que va a dar al infierno.
El infierno donde cae Zé es de color -hasta el momento la película era blanco y negro- y es subterráneo y sofocante. Manos y cabezas sangrantes emergen de las padres, y se oyen gritos y quejidos de dolor y temor que ponen los pelos de punta. Un demonio de cuerpo pintado y con tangas se pasea con un trípode pinchando a los condenados. Algunas almas han sido amarradas o están empotradas o con los pies metidos en un cubo con cemento, y los demonios les dan de latigazos. Hay todavía un demonio peor que, con un martillo, clavetea unos gigantescos clavos en la frente de los muertos. Hay otros muertos que se ahogan en una lagunita. Y otras escenas de torturas, algunas divertidas. Cuando quiere salir de ahí, se encuentra con él mismo, todo pintarrajeado, sentado en un trono, y cogiendo con su mano uvas y otras frutas que unas sacerdotisas semi-desnudas y coloreadas, sentadas en abanico en torno a él, llevan en unas bandejitas. Jejeje. Escapa por un hoyo negro.

Y cae en la cama junto a Laura. En estado de conmoción, le cuenta que acaba de estar en el infierno, que ha sido condenado por sus crímenes, y que Dios, después de todo, existe, conclusión con la que más se cabrea todavía porque dice que Dios no existe, y que, de existir, habría que matarlo, por lo malo que es. Y si Dios significa ser el más malo de todos, entonces todos nosotros podemos ser dioses, porque se puede todavía ser más malo que Dios -consuelo de tontos. Pero Laura lo calma y lo llama a la razón. Entonces se acuerdan de que todavía no han follado y de que él "le plante la semilla" de la nueva raza inmortal científica.
Se queda así preñada Laura. Pero las cosas no marchan bien. Los pueblerinos y el jefe de policía sospechan que el hijo del coronel ha sido secuestrado y posiblemente asesinado por Zé. Marcia se arrepiente de todas las cosas malas que ha hecho, y se toma un veneno. La encuentran por la mañana moribunda. Antes de morir, confiesa todo y su mucamo cuenta a su vez la historia a todo el pueblo. Se enteran de que efectivamente la desaparición de las mujeres se debe a sus siniestras actividades y que han sido verdaderamente asesinadas. Y se dirigen hacia él.

El embarazo marcha mal. Laura tiene un aborto y el doctor le dice a Zé que uno de las dos morirá en el parto, que no puede salvar al bebé y a la mamá. Zé le dice que salve al hijo, lo que Laura acepta feliz. Muere. Pero también muere el bebé. Zé intenta revivirla, recurriendo a encantaciones e invocaciones, pero todo fracasa.
Llegan los pueblerinos a su casa, con antorchas, guadañas y escopetas. Zé huye, desvariando como siempre. Se encuentra con un cura, que le dirá que todavía es tiempo de arrepentirse. Pero Zé toma un crucifijo, se ríe demoníacamente y se burla de todos, y los insulta, tirándoles finalmente el crucifijo por la cabeza. Los desprecia porque son tontos, dice. Él es un incomprendido. Los humanos normales no entienden ni aprecian sus esfuerzos por mejorar la raza, ni agradecen su gentileza de querer compartir con ellos sus genialidades. Uno de los vigilantes con escopeta le pega dos tiros en la espalda y Zé cae finalmente al suelo, en un pozo en medio de las tumbas. Mientras todos miran cómo intenta salir de ahí, empiezan a aparecer y a flotar en la superficie huesos humanos, y a Zé le da un patatús. Cuando parece que se hunde en serio, o más definitivamente, en el fango del pantano, después de que se aparece el fantasma de la mujer embarazada cuyo hijo mató, se arrepiente de todo y pide urgentemente un crucifijo. Pero es demasiado tarde. Y desaparece en la poza de agua, camino al infierno.

1966 Director José Mojica Marins Guión Aldonora de Sa Oporto José Mojica Marins Reparto Wohlers Nadia Freitas Antonio Fracari José Lobo Esmeralda Ruchel Paula Ramos Tania Mendon (?) Lya Lagutte Carmen Marins Mina Monte Roque Rodrigues

©Claudio Lisperguer