Esta Noche Poseeré Tu Cadáver
Zé do Caixao, palafrenero científico, secuestra a las mujeres malas del pueblo para violarlas y crear una raza superior de humanos malos y sin sentimientos.
Un palafrenero -de abrigo relativamente ajustado y sombrero negros- que desvaría incoherencias metafísicas comete aparentemente varios asesinatos de mujeres, sembrando el terror en la cantina y calles del pueblo. Pareciera que lo apresan, que han tratado de lincharlo incluso, y que es sometido a juicio y dejado en libertad por falta de pruebas en el primer minuto de la película. El palafrenero se acerca a su casa -que es una tenebrosa funeraria junto al cementerio- y, a medida que avanza por la calle principal del pueblo, los niños y la gente se retiran asustados y persignándose y cerrando los postigos, y las mujeres corren a casa apretando a sus bebés en los brazos y jalando a los hijos de la mano. El palafrenero -Zé do Caixão, vale decir José del Ataúd- adora a los niños y salva a uno de morir atropellado por un motorista. Cuando Zé -un hombre delgado, de cara carcomida y de una barba puritana evidentemente falsa, ya que es de diferente color que el resto del pelaje, con una sola ceja marcadamente arqueada y largas y cultivadas uñas de vampiro- ve acercarse a toda velocidad por la calle del pueblo a un motorista y se lanza sobre un niño que hacía de gallinita ciega y al que los amiguitos con los que jugaba lo habían olvidado cuando huían desesperados. Caen los dos rodando y Zé, para consolar al pequeñín, saca una cajita de música y se la acerca a la oreja. Se acerca la madre y se lleva, asustada, al chiquillo. Zé es un paria.
La noche misma de su regreso, empiezan a desaparecer del pueblo varias mujeres, y los pueblerinos sospechan del palafrenero y temen que las mujeres hayan sido matadas por Zé, al que consideran un demonio. Efectivamente es Zé quien las ha secuestrado y encerrado en una habitación con varias cunas (tanto así que las actrices han debido doblar las piernas para poder tenderse en ellas). Sorprendentemente, parecen muy resignadas. Zé les explica que las ha secuestrado porque son, en primer lugar, malas, diciendo, por ejemplo, que lo son porque no se han casado por la iglesia -implicando así que ellas se merecen compartir su destino- y porque son guapas. Pero, por eso, han sido elegidas para jugar un papel en la creación de una nueva raza de hombres superiores y eternos, desprovistos de sentimientos, y ellas serán sometidas a pruebas para determinar quién de todas portará la semilla -como se expresan tan floridamente los personajes- de Zé en su vientre. Al resto, dice, las matará, si acaso no se le ocurre nada mejor. Zé tiene un siniestro ayudante de joroba movediza y una gigante oreja aplastada, con una mejilla llena de llagas y de mirada de zombi lascivo y siempre babeando por su boca abierta.
Entre los desvaríos de Zé -tiene a las mujeres en su casona acorralada por tumbas junto al, más bien, en el cementerio y el ambiente es naturalmente nocturno y brumoso, porque en el cementerio hay, además, pantanos de arenas movedizas-, está la negación de la existencia de Dios y dice que sólo vive el Demonio y -y esto suena muy coherente- que si fuera falso lo que él afirma, entonces él no haría lo que hace, porque Dios sería entonces más fuerte, lo que sería imposible porque Dios no existe, y, por tanto -concluye extrañamente- sólo existe la sangre. Con la sangre quiere decir, según se deduce, la materia, en el sentido de que es materia la transmisión de los genes y, por tanto, sólo vale luchar por la perfección de la raza, y que si él, que es el Mal, o sea la perfección, logra acoplarse con una mujer igualmente mala, tendrán un hijo que será la perfección más perfecta del Mal y procrearán una raza de hombres superiores y carentes de sentimientos y principios, y, además, eterna. ¡Y él acusa, lanzando miradas de desprecio y suficiencia, a los pueblerinos de ser supersticiosos!
Dicho y hecho, cuando ellas duermen en sus cunas, Zé introduce a la habitación una invasión de peludas tarántulas que se montan sobre las mujeres, especialmente en el culo, las tetas y la cara, hasta que ellas finalmente despiertan y Zé enciende la luz y descubren a gritos y aullidos de terror que las tarántulas se las están poco menos que comiendo vivas. Sólo una de ellas no se apanica ni tiembla. Es Marcia. Y Zé cree que es la mujer que él espera y que le dará ese hijo perfecto que mejorará la raza.
Le regala a su ayudante, el jorobado Bruno, una de las desafortunadas, que el monstruo se lleva discretamente a violarla a otra parte. Vuelve con ella al cabo, y la coloca, muerta, en una cama. Le explica a Zé que ella estaba gritando mucho cuando la violaba y que le había apretado el pescuezo y la había parece que matado sin darse cuenta. Zé le consuela, diciéndole que no lo lamente, que no era más que una perdedora. Parece que las mujeres se dan cuenta ahora de la situación en que están y empiezan a chillar. Zé abre con un mecanismo una compuerta y convence a las mujeres de que entren ahí. Es un diminuto patio. Se mete luego en la cama con Marcia para hacerle un bebé y, con otro truco, abre una ventana que da al patio subterráneo en que ha encerrado a las mujeres. Ahí empieza a echarles un buen montón de culebras. Mientras las serpientes venenosas meten miedo a las histéricas mujeres, las pican y las estrangulan, él se monta encima de Marcia. Una de ellas, antes de morir, lo maldice y le anuncia que volverá a nacer para castigarlo, reencarnándose en su propio cadáver -lo que todavía me parece bastante incomprensible. Él se muere de la risa. Pero a Marcia le da un repente y le dice que no puede seguir follando porque siente compasión por las mujeres. Zé la deja marchar. Luego le dirá a Bruno que se deshaga de los cadáveres y este los arroja al pantano.
El ojo de Zé se posa casualmente en una atractiva bigotuda, Laura, que es la futura novia del hijo del coronel del pueblo. Zé se quiere acercar a ella, pero se lo impide un hércules, Homero, vestido de levantador de pesas turco, musculoso, rapado, y con un ojo postizo. Con una buena paliza le recompensa Zé, zarandeándolo por el cuello, con demoníaca fuerza, con un bastón. Cae a una charca el hombrón y se acerca Zé a la joven. "Te espero esta medianoche en la Avenida de las Flores Rojas", le dice misteriosamente. Por la noche se escapa la chica de su casa y se viene a la avenida a esperar a Zé. Laura resulta ser todavía más malvada que Zé y este se queda prendido.
Laura no vuelve a casa. Todo el mundo se entera de que ha humillado al novio y de que se queda a vivir en la funeraria. El novio le propone a Zé comprarle a doble precio las propiedades si le entrega a Laura y si se marcha inmediatamente del pueblo. Zé, engañándolo, acepta. Cuando vuelve el chiquillo con el dinero, Bruno lo agarra, por detrás, por el cuello y Zé le da un tortazo con el bolso con el dinero que le llevaba. El chico se desmaya y Bruno lo amarra. Zé se aparece y le muestra cómo morirá, poniéndole un ejemplo ilustrativo con un ratón de laboratorio. Este es colocado debajo de un enorme pedazo de roca -de un metro cúbico-, que dejan caer sobre el animal, que muere aplastado, su sangre salpicando por todos lados. Lo ponen luego a él mismo. Prende fuego a la cuerda de la que cuelga la roca, y le dice que dejará que Dios decida. Si es tan bueno como dicen, dice, apagará la llama y te salvarás. Pero si yo soy superior a él, entonces la llama seguirá, la cuerda se romperá y tú te irás al cielo y saludarás de mi parte a los angelitos, o si te vas al infierno le darás mi dirección al diablo. Jejejeje. La cuerda se rompe. Luego se acerca a Laura y le dice alegremente que mató a su hermana. Lejos de lamentarlo, la mujer se echa en brazos del vampiro, pidiéndole que la folle.
Truncador, el levantador de pesas, está de vigilante en la acera de la casa de Laura. Para distraerlo, Ze pide a Marcia -que le debe la vida- que lo seduzca por un rato. Marcia se lo lleva a la cama y después de calentarle la tetera y de que el monstruo le dijera: "Te quiero sólo para mí", le dice que todo es posible, pero que ella es cara, porque le gustan las joyas, el lujo y el dinero. Él le dice que conseguirá ese dinero. Truncador parte en búsqueda de una botella de champaña y entra a la cantina, por donde se aparece el jorobado cojo y semi ciego a decir que su señor apuesta cualquier cosa al poker. Truncador inquiere si acaso también apuesta dinero. Al cabo de una hora comienza la partida, con todos los pueblerinos mirando por la espalda, y Truncador pierde miserablemente.
Sale de la cantina y Bruno se le echa encima con un palo, dejándolo mal herido. Cuando salen todos, lo que ven es el cadáver del hijo del coronel con la cabeza reventada, el bolso con el dinero, y Truncador, con una roca cerca de él. Lo acusan del asesinato y lo meten a la cárcel. Luego logra escapar y avisa al coronel de lo que verdaderamente ha ocurrido. El coronel decide tomar la justicia en sus manos y encarga a Truncador formar una milicia para terminar con el monstruo. Salen en su búsqueda y lo atrapan en el pueblo, la noche del parto en que Bruno salió a comunicar y celebrar que Laura esperaba su hijo y que se había empinado demasiadas copas. Se le echan encima y finalmente lo dominan, subiéndolo amarrado a un carro. Se sienta encima de él para llevárselo al coronel, pero en el camino, cerca del cementerio, Zé se llena de energía, sale de su letargo y lo primero que se le ocurre hacer, es cortarle la garganta a uno de los vigilantes con unas cuchillas que lleva en los zapatos. Se escapa en la noche. Entra al cementerio. Lo siguen. Zé se esconde detrás de un árbol y sorprende a uno de los seguidores clavándole un hacha gigantesca en la mitad de la frente. Se deja atrapar por la cuadrilla y los engaña, haciéndolos caer en un pantano de arenas movedizas. Mueren todos. El coronel está convencido de que a sus hombres los mató Zé, pero el jefe de policía, Homero, le dice que no tienen pruebas.
En la cantina del pueblo, se entera Zé, espiando la conversación de uno de los maridos que había perdido a su mujer, que una de las asesinadas estaba embarazada. Lleno de culpa -porque amaba a los niños-, vuelve a casa, a confesarse con Laura. Esta lo consuela diciéndole que eran seres inferiores. Creo que después se le aparece el fantasma de la muerta, amenazándolo, como la primera vez, con que se reencarnará en su cadáver muerto y otras excentricidades, y desapareciendo en medio de espeluznantes carcajadas. Sale Zé al cementerio que tiene en el patio, con varias tumbas recién abiertas o recién cerradas, y unas manos que salen de las tumbas y de la tierra lo cogen de los tobillos y los brazos, impidiéndole avanzar, y tratando de jalarlo. Lo que finalmente consiguen, cayendo Zé por un oscuro hoyo, por el que va a dar al infierno.
El infierno donde cae Zé es de color -hasta el momento la película era blanco y negro- y es subterráneo y sofocante. Manos y cabezas sangrantes emergen de las padres, y se oyen gritos y quejidos de dolor y temor que ponen los pelos de punta. Un demonio de cuerpo pintado y con tangas se pasea con un trípode pinchando a los condenados. Algunas almas han sido amarradas o están empotradas o con los pies metidos en un cubo con cemento, y los demonios les dan de latigazos. Hay todavía un demonio peor que, con un martillo, clavetea unos gigantescos clavos en la frente de los muertos. Hay otros muertos que se ahogan en una lagunita. Y otras escenas de torturas, algunas divertidas. Cuando quiere salir de ahí, se encuentra con él mismo, todo pintarrajeado, sentado en un trono, y cogiendo con su mano uvas y otras frutas que unas sacerdotisas semi-desnudas y coloreadas, sentadas en abanico en torno a él, llevan en unas bandejitas. Jejeje. Escapa por un hoyo negro.
Y cae en la cama junto a Laura. En estado de conmoción, le cuenta que acaba de estar en el infierno, que ha sido condenado por sus crímenes, y que Dios, después de todo, existe, conclusión con la que más se cabrea todavía porque dice que Dios no existe, y que, de existir, habría que matarlo, por lo malo que es. Y si Dios significa ser el más malo de todos, entonces todos nosotros podemos ser dioses, porque se puede todavía ser más malo que Dios -consuelo de tontos. Pero Laura lo calma y lo llama a la razón. Entonces se acuerdan de que todavía no han follado y de que él "le plante la semilla" de la nueva raza inmortal científica.
Se queda así preñada Laura. Pero las cosas no marchan bien. Los pueblerinos y el jefe de policía sospechan que el hijo del coronel ha sido secuestrado y posiblemente asesinado por Zé. Marcia se arrepiente de todas las cosas malas que ha hecho, y se toma un veneno. La encuentran por la mañana moribunda. Antes de morir, confiesa todo y su mucamo cuenta a su vez la historia a todo el pueblo. Se enteran de que efectivamente la desaparición de las mujeres se debe a sus siniestras actividades y que han sido verdaderamente asesinadas. Y se dirigen hacia él.
El embarazo marcha mal. Laura tiene un aborto y el doctor le dice a Zé que uno de las dos morirá en el parto, que no puede salvar al bebé y a la mamá. Zé le dice que salve al hijo, lo que Laura acepta feliz. Muere. Pero también muere el bebé. Zé intenta revivirla, recurriendo a encantaciones e invocaciones, pero todo fracasa.
Llegan los pueblerinos a su casa, con antorchas, guadañas y escopetas. Zé huye, desvariando como siempre. Se encuentra con un cura, que le dirá que todavía es tiempo de arrepentirse. Pero Zé toma un crucifijo, se ríe demoníacamente y se burla de todos, y los insulta, tirándoles finalmente el crucifijo por la cabeza. Los desprecia porque son tontos, dice. Él es un incomprendido. Los humanos normales no entienden ni aprecian sus esfuerzos por mejorar la raza, ni agradecen su gentileza de querer compartir con ellos sus genialidades. Uno de los vigilantes con escopeta le pega dos tiros en la espalda y Zé cae finalmente al suelo, en un pozo en medio de las tumbas. Mientras todos miran cómo intenta salir de ahí, empiezan a aparecer y a flotar en la superficie huesos humanos, y a Zé le da un patatús. Cuando parece que se hunde en serio, o más definitivamente, en el fango del pantano, después de que se aparece el fantasma de la mujer embarazada cuyo hijo mató, se arrepiente de todo y pide urgentemente un crucifijo. Pero es demasiado tarde. Y desaparece en la poza de agua, camino al infierno.
1966 Director José Mojica Marins Guión Aldonora de Sa Oporto José Mojica Marins Reparto Wohlers Nadia Freitas Antonio Fracari José Lobo Esmeralda Ruchel Paula Ramos Tania Mendon (?) Lya Lagutte Carmen Marins Mina Monte Roque Rodrigues
©Claudio Lisperguer
La noche misma de su regreso, empiezan a desaparecer del pueblo varias mujeres, y los pueblerinos sospechan del palafrenero y temen que las mujeres hayan sido matadas por Zé, al que consideran un demonio. Efectivamente es Zé quien las ha secuestrado y encerrado en una habitación con varias cunas (tanto así que las actrices han debido doblar las piernas para poder tenderse en ellas). Sorprendentemente, parecen muy resignadas. Zé les explica que las ha secuestrado porque son, en primer lugar, malas, diciendo, por ejemplo, que lo son porque no se han casado por la iglesia -implicando así que ellas se merecen compartir su destino- y porque son guapas. Pero, por eso, han sido elegidas para jugar un papel en la creación de una nueva raza de hombres superiores y eternos, desprovistos de sentimientos, y ellas serán sometidas a pruebas para determinar quién de todas portará la semilla -como se expresan tan floridamente los personajes- de Zé en su vientre. Al resto, dice, las matará, si acaso no se le ocurre nada mejor. Zé tiene un siniestro ayudante de joroba movediza y una gigante oreja aplastada, con una mejilla llena de llagas y de mirada de zombi lascivo y siempre babeando por su boca abierta.
Entre los desvaríos de Zé -tiene a las mujeres en su casona acorralada por tumbas junto al, más bien, en el cementerio y el ambiente es naturalmente nocturno y brumoso, porque en el cementerio hay, además, pantanos de arenas movedizas-, está la negación de la existencia de Dios y dice que sólo vive el Demonio y -y esto suena muy coherente- que si fuera falso lo que él afirma, entonces él no haría lo que hace, porque Dios sería entonces más fuerte, lo que sería imposible porque Dios no existe, y, por tanto -concluye extrañamente- sólo existe la sangre. Con la sangre quiere decir, según se deduce, la materia, en el sentido de que es materia la transmisión de los genes y, por tanto, sólo vale luchar por la perfección de la raza, y que si él, que es el Mal, o sea la perfección, logra acoplarse con una mujer igualmente mala, tendrán un hijo que será la perfección más perfecta del Mal y procrearán una raza de hombres superiores y carentes de sentimientos y principios, y, además, eterna. ¡Y él acusa, lanzando miradas de desprecio y suficiencia, a los pueblerinos de ser supersticiosos!
Dicho y hecho, cuando ellas duermen en sus cunas, Zé introduce a la habitación una invasión de peludas tarántulas que se montan sobre las mujeres, especialmente en el culo, las tetas y la cara, hasta que ellas finalmente despiertan y Zé enciende la luz y descubren a gritos y aullidos de terror que las tarántulas se las están poco menos que comiendo vivas. Sólo una de ellas no se apanica ni tiembla. Es Marcia. Y Zé cree que es la mujer que él espera y que le dará ese hijo perfecto que mejorará la raza.
Le regala a su ayudante, el jorobado Bruno, una de las desafortunadas, que el monstruo se lleva discretamente a violarla a otra parte. Vuelve con ella al cabo, y la coloca, muerta, en una cama. Le explica a Zé que ella estaba gritando mucho cuando la violaba y que le había apretado el pescuezo y la había parece que matado sin darse cuenta. Zé le consuela, diciéndole que no lo lamente, que no era más que una perdedora. Parece que las mujeres se dan cuenta ahora de la situación en que están y empiezan a chillar. Zé abre con un mecanismo una compuerta y convence a las mujeres de que entren ahí. Es un diminuto patio. Se mete luego en la cama con Marcia para hacerle un bebé y, con otro truco, abre una ventana que da al patio subterráneo en que ha encerrado a las mujeres. Ahí empieza a echarles un buen montón de culebras. Mientras las serpientes venenosas meten miedo a las histéricas mujeres, las pican y las estrangulan, él se monta encima de Marcia. Una de ellas, antes de morir, lo maldice y le anuncia que volverá a nacer para castigarlo, reencarnándose en su propio cadáver -lo que todavía me parece bastante incomprensible. Él se muere de la risa. Pero a Marcia le da un repente y le dice que no puede seguir follando porque siente compasión por las mujeres. Zé la deja marchar. Luego le dirá a Bruno que se deshaga de los cadáveres y este los arroja al pantano.
El ojo de Zé se posa casualmente en una atractiva bigotuda, Laura, que es la futura novia del hijo del coronel del pueblo. Zé se quiere acercar a ella, pero se lo impide un hércules, Homero, vestido de levantador de pesas turco, musculoso, rapado, y con un ojo postizo. Con una buena paliza le recompensa Zé, zarandeándolo por el cuello, con demoníaca fuerza, con un bastón. Cae a una charca el hombrón y se acerca Zé a la joven. "Te espero esta medianoche en la Avenida de las Flores Rojas", le dice misteriosamente. Por la noche se escapa la chica de su casa y se viene a la avenida a esperar a Zé. Laura resulta ser todavía más malvada que Zé y este se queda prendido.
Laura no vuelve a casa. Todo el mundo se entera de que ha humillado al novio y de que se queda a vivir en la funeraria. El novio le propone a Zé comprarle a doble precio las propiedades si le entrega a Laura y si se marcha inmediatamente del pueblo. Zé, engañándolo, acepta. Cuando vuelve el chiquillo con el dinero, Bruno lo agarra, por detrás, por el cuello y Zé le da un tortazo con el bolso con el dinero que le llevaba. El chico se desmaya y Bruno lo amarra. Zé se aparece y le muestra cómo morirá, poniéndole un ejemplo ilustrativo con un ratón de laboratorio. Este es colocado debajo de un enorme pedazo de roca -de un metro cúbico-, que dejan caer sobre el animal, que muere aplastado, su sangre salpicando por todos lados. Lo ponen luego a él mismo. Prende fuego a la cuerda de la que cuelga la roca, y le dice que dejará que Dios decida. Si es tan bueno como dicen, dice, apagará la llama y te salvarás. Pero si yo soy superior a él, entonces la llama seguirá, la cuerda se romperá y tú te irás al cielo y saludarás de mi parte a los angelitos, o si te vas al infierno le darás mi dirección al diablo. Jejejeje. La cuerda se rompe. Luego se acerca a Laura y le dice alegremente que mató a su hermana. Lejos de lamentarlo, la mujer se echa en brazos del vampiro, pidiéndole que la folle.
Truncador, el levantador de pesas, está de vigilante en la acera de la casa de Laura. Para distraerlo, Ze pide a Marcia -que le debe la vida- que lo seduzca por un rato. Marcia se lo lleva a la cama y después de calentarle la tetera y de que el monstruo le dijera: "Te quiero sólo para mí", le dice que todo es posible, pero que ella es cara, porque le gustan las joyas, el lujo y el dinero. Él le dice que conseguirá ese dinero. Truncador parte en búsqueda de una botella de champaña y entra a la cantina, por donde se aparece el jorobado cojo y semi ciego a decir que su señor apuesta cualquier cosa al poker. Truncador inquiere si acaso también apuesta dinero. Al cabo de una hora comienza la partida, con todos los pueblerinos mirando por la espalda, y Truncador pierde miserablemente.
Sale de la cantina y Bruno se le echa encima con un palo, dejándolo mal herido. Cuando salen todos, lo que ven es el cadáver del hijo del coronel con la cabeza reventada, el bolso con el dinero, y Truncador, con una roca cerca de él. Lo acusan del asesinato y lo meten a la cárcel. Luego logra escapar y avisa al coronel de lo que verdaderamente ha ocurrido. El coronel decide tomar la justicia en sus manos y encarga a Truncador formar una milicia para terminar con el monstruo. Salen en su búsqueda y lo atrapan en el pueblo, la noche del parto en que Bruno salió a comunicar y celebrar que Laura esperaba su hijo y que se había empinado demasiadas copas. Se le echan encima y finalmente lo dominan, subiéndolo amarrado a un carro. Se sienta encima de él para llevárselo al coronel, pero en el camino, cerca del cementerio, Zé se llena de energía, sale de su letargo y lo primero que se le ocurre hacer, es cortarle la garganta a uno de los vigilantes con unas cuchillas que lleva en los zapatos. Se escapa en la noche. Entra al cementerio. Lo siguen. Zé se esconde detrás de un árbol y sorprende a uno de los seguidores clavándole un hacha gigantesca en la mitad de la frente. Se deja atrapar por la cuadrilla y los engaña, haciéndolos caer en un pantano de arenas movedizas. Mueren todos. El coronel está convencido de que a sus hombres los mató Zé, pero el jefe de policía, Homero, le dice que no tienen pruebas.
En la cantina del pueblo, se entera Zé, espiando la conversación de uno de los maridos que había perdido a su mujer, que una de las asesinadas estaba embarazada. Lleno de culpa -porque amaba a los niños-, vuelve a casa, a confesarse con Laura. Esta lo consuela diciéndole que eran seres inferiores. Creo que después se le aparece el fantasma de la muerta, amenazándolo, como la primera vez, con que se reencarnará en su cadáver muerto y otras excentricidades, y desapareciendo en medio de espeluznantes carcajadas. Sale Zé al cementerio que tiene en el patio, con varias tumbas recién abiertas o recién cerradas, y unas manos que salen de las tumbas y de la tierra lo cogen de los tobillos y los brazos, impidiéndole avanzar, y tratando de jalarlo. Lo que finalmente consiguen, cayendo Zé por un oscuro hoyo, por el que va a dar al infierno.
El infierno donde cae Zé es de color -hasta el momento la película era blanco y negro- y es subterráneo y sofocante. Manos y cabezas sangrantes emergen de las padres, y se oyen gritos y quejidos de dolor y temor que ponen los pelos de punta. Un demonio de cuerpo pintado y con tangas se pasea con un trípode pinchando a los condenados. Algunas almas han sido amarradas o están empotradas o con los pies metidos en un cubo con cemento, y los demonios les dan de latigazos. Hay todavía un demonio peor que, con un martillo, clavetea unos gigantescos clavos en la frente de los muertos. Hay otros muertos que se ahogan en una lagunita. Y otras escenas de torturas, algunas divertidas. Cuando quiere salir de ahí, se encuentra con él mismo, todo pintarrajeado, sentado en un trono, y cogiendo con su mano uvas y otras frutas que unas sacerdotisas semi-desnudas y coloreadas, sentadas en abanico en torno a él, llevan en unas bandejitas. Jejeje. Escapa por un hoyo negro.
Y cae en la cama junto a Laura. En estado de conmoción, le cuenta que acaba de estar en el infierno, que ha sido condenado por sus crímenes, y que Dios, después de todo, existe, conclusión con la que más se cabrea todavía porque dice que Dios no existe, y que, de existir, habría que matarlo, por lo malo que es. Y si Dios significa ser el más malo de todos, entonces todos nosotros podemos ser dioses, porque se puede todavía ser más malo que Dios -consuelo de tontos. Pero Laura lo calma y lo llama a la razón. Entonces se acuerdan de que todavía no han follado y de que él "le plante la semilla" de la nueva raza inmortal científica.
Se queda así preñada Laura. Pero las cosas no marchan bien. Los pueblerinos y el jefe de policía sospechan que el hijo del coronel ha sido secuestrado y posiblemente asesinado por Zé. Marcia se arrepiente de todas las cosas malas que ha hecho, y se toma un veneno. La encuentran por la mañana moribunda. Antes de morir, confiesa todo y su mucamo cuenta a su vez la historia a todo el pueblo. Se enteran de que efectivamente la desaparición de las mujeres se debe a sus siniestras actividades y que han sido verdaderamente asesinadas. Y se dirigen hacia él.
El embarazo marcha mal. Laura tiene un aborto y el doctor le dice a Zé que uno de las dos morirá en el parto, que no puede salvar al bebé y a la mamá. Zé le dice que salve al hijo, lo que Laura acepta feliz. Muere. Pero también muere el bebé. Zé intenta revivirla, recurriendo a encantaciones e invocaciones, pero todo fracasa.
Llegan los pueblerinos a su casa, con antorchas, guadañas y escopetas. Zé huye, desvariando como siempre. Se encuentra con un cura, que le dirá que todavía es tiempo de arrepentirse. Pero Zé toma un crucifijo, se ríe demoníacamente y se burla de todos, y los insulta, tirándoles finalmente el crucifijo por la cabeza. Los desprecia porque son tontos, dice. Él es un incomprendido. Los humanos normales no entienden ni aprecian sus esfuerzos por mejorar la raza, ni agradecen su gentileza de querer compartir con ellos sus genialidades. Uno de los vigilantes con escopeta le pega dos tiros en la espalda y Zé cae finalmente al suelo, en un pozo en medio de las tumbas. Mientras todos miran cómo intenta salir de ahí, empiezan a aparecer y a flotar en la superficie huesos humanos, y a Zé le da un patatús. Cuando parece que se hunde en serio, o más definitivamente, en el fango del pantano, después de que se aparece el fantasma de la mujer embarazada cuyo hijo mató, se arrepiente de todo y pide urgentemente un crucifijo. Pero es demasiado tarde. Y desaparece en la poza de agua, camino al infierno.
1966 Director José Mojica Marins Guión Aldonora de Sa Oporto José Mojica Marins Reparto Wohlers Nadia Freitas Antonio Fracari José Lobo Esmeralda Ruchel Paula Ramos Tania Mendon (?) Lya Lagutte Carmen Marins Mina Monte Roque Rodrigues
©Claudio Lisperguer
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