Fray Tormenta Sin Restricciones
[Stephen Hunter] Jack Black gana por las malas como púgil en ‘Nacho Libre'.
'Nacho Libre', la nueva película de Jared Hess, que dirigió ‘Napoleón Dinamita' es, eh, peculiar.
La ‘eh' de la frase anterior revela que no sé de qué modo llamarla.
¿Divertida? A veces. ¿Estúpida? Mucho. ¿Racista? Posiblemente. ¿Fea? Profundamente. ¿Disparatada? Sin ninguna duda. ¿Estrafalaria? Completamente.
La película es el lanzamiento o el despegue de una tradición atlética y de diversión mexicana llamada ‘lucha libre', una especie de circuito profesional de lucha libre exagerada que estimula a sus participantes, llamados luchadores, a usar máscaras. Estos colosos, en envoltorios de brillantes colores, con llamas bordadas y fundas de cabeza de satén (te harán recordar al Hombre Enmascarado o a Batman), vuelan por el ring sacándose unos a otros los mocos a mamporros para edificación de las masas, ganando de paso enormes sumas de dinero. ¿Son más extravagantes que nuestros propios luchadores profesionales, esa excéntrica tribu de personajes hechos de masas de músculos, de venas hinchadas y que chupan esteroides que hacen lo mismo aquí? Bueno, las máscaras dan a la empresa una extraña vibración de perversidad (se ven como estrellas porno de los años cincuenta), pero de otro modo son bastante similares.
La pregunta clave es el tono: ¿Está Hess explorando la lucha libre desde abajo, es decir, entregándose a sus excesos, a sus vulgaridades satinadas, a su extravagancia, junto con el público, porque es tan divertida? ¿O está trabajando desde arriba, riéndose por lo bajo del negocio debido a que representa la imaginación popular de un proletariado rural ignorante e inculto?
La película misma no ofrece concesiones a los que buscan una respuesta. Y uno podría, por ejemplo, sacar a los mexicanos del asunto y hacer el mismo tipo de película sobre otras poco reputadas formas de diversión que parece que las masas adoran, mientras la gente más refinada se ríe disimulada y desaprobatoriamente, como los culebrones, la caza de venados, las carreras de coches, las comedias picantes y Larry the Cable Guy.
Pero Hess parece encontrar a los mexicanos extraordinariamente divertidos; después de todo, fue Pedro, el mexicano ignorante, el que fue la fuente de montones de risotadas en ‘Napoleón Dinamita' y el mexicano despistado, como arquetipo, parece ser la fuente de gran parte del humor en ‘Nacho Libre': la mirada en blanco, incomprensiva, de un mexicano que mira pero no reacciona ante algo, a veces bizca, siempre con la boca abierta, pasmado.
La trama presenta a un estadounidense, Jack Black, oculto detrás de un enorme y pésimo acento mexicano y una permanente hecha en el infierno, y un montón de mexicanos -casi todos pasmados. Black es Ignacio, apodado Nacho, un monje en un orfelinato encargado de cocinar los frijoles para los niños. ¿Frijoles? ¿Chistes con frijoles? Te puedes dar cuenta de adónde vamos, pero antes de llegar allá la película extrae un montón de humor de las posibilidades cómicas del frijol, en un ungüento parduzco con unos pocos pedazos de Doritos flotando en un superficie licuada pero densa, todo este escuálido pajote contenido en un poco profundo cuenco de barro. Le encanta mostrar a Nacho sirviendo un plato coagulado con semejante pajote a niños decepcionados, con una especie de ruido acuoso. Okay, los frijoles son divertidos, cuando tienes doce.
La trama también atribuye poderosos sentimientos sexuales, así como conspiraciones políticas, a una orden religiosa. De nuevo, dada la fealdad de la naturaleza humana, esto es probablemente verdad, y al menos los sentimientos de Nacho por la encantadora Sor Encarnación (la guapa Ana de la Reguera) no llegan a consumarse, aunque ella accede a ir a su cuarto para... una tostada.
Pero la lucha es el verdadero centro de la película. Nacho, formando un equipo con un colega representado por un tipo que parece tener unos trescientos dientes, llamado Esqueleto (Héctor Jiménez), firma en secreto un contrato para un match con el fin de reunir dinero para comprar lechuga para las ensaladas y tener algún respiro de la monotonía de los frijoles y quizás nos ofrece un santuario de todos esos chistes con frijoles.
La película sigue entonces la carrera secreta de Nacho Libre, el luchador, yuxtaponiéndola con la banalidad del monje Ignacio, que es el hazmerreír de todo ese gracioso reparto del monasterio, incluso cuando trata de seducir a Sor Encarnación. Oh, y también, para los verdaderos fanáticos, se traslada de un lugar a otro en un cortacésped eléctrico.
Black es una figura curiosa. Su atractivo es que, dotado de una de las anatomías más feas de Estados Unidos, no se avergüence de mostrarla y no se reprime a la hora de moverla. Gran parte de ‘Nacho Libre' gira en realidad sobre Nacho libre, liberado de los confines de la cogulla de monje, arrojándose en el ring con total abandono. Esto es divertido: Black tiene tanta gracia como un Volkswagen al que le falta una rueda, pero también es descarado. Simplemente la cede para la película, y la película, subversivamente, nos estimula a reírnos de los torpes, arrítmicos, culones, patosos tumbos de sus movidas. (Es un truco que Hess aprendió en ‘Napoleón Dinamita', donde el desgarbado Jon Heder, repentinamente, empieza a bailar cómicamente y es increíblemente... desgarbado). De nuevo, no tenemos problemas en intuir dónde se encuentra la excusa primitiva de la trama: Nacho ganará y perderá (sin embargo, siempre le pagarán, de modo que pueda servir lechuga a sus críos) hasta que al final lo unen a un canalla de caricatura, un campeón con máscara rosada llamado Ramsés (César González es un luchador de verdad).
Sin embargo, algunas opciones de Hess son extremadamente inusuales. Por ejemplo, ha alentado al fotógrafo Xavier Pérez Grobet a usar la paleta más chillona imaginable, de modo que la película parece siempre hortera y sobreexpuesta. Sus rojos y verdes te sacan los ojos de los cuencos. Esto no corresponde con la suciedad del México rural, el tiñoso abandono, las viejas pinturas descascaradas y la vieja madera pudriéndose que se encuentra en todas partes.
La película parece ser la visión de México de un maldito gringo borracho, con todos sus aspectos grotescos exagerados, con toda su fealdad acentuada, con toda su sordidez enfatizada. Es como ‘Bajo el volcán' para niños.
La ‘eh' de la frase anterior revela que no sé de qué modo llamarla.
¿Divertida? A veces. ¿Estúpida? Mucho. ¿Racista? Posiblemente. ¿Fea? Profundamente. ¿Disparatada? Sin ninguna duda. ¿Estrafalaria? Completamente.
La película es el lanzamiento o el despegue de una tradición atlética y de diversión mexicana llamada ‘lucha libre', una especie de circuito profesional de lucha libre exagerada que estimula a sus participantes, llamados luchadores, a usar máscaras. Estos colosos, en envoltorios de brillantes colores, con llamas bordadas y fundas de cabeza de satén (te harán recordar al Hombre Enmascarado o a Batman), vuelan por el ring sacándose unos a otros los mocos a mamporros para edificación de las masas, ganando de paso enormes sumas de dinero. ¿Son más extravagantes que nuestros propios luchadores profesionales, esa excéntrica tribu de personajes hechos de masas de músculos, de venas hinchadas y que chupan esteroides que hacen lo mismo aquí? Bueno, las máscaras dan a la empresa una extraña vibración de perversidad (se ven como estrellas porno de los años cincuenta), pero de otro modo son bastante similares.
La pregunta clave es el tono: ¿Está Hess explorando la lucha libre desde abajo, es decir, entregándose a sus excesos, a sus vulgaridades satinadas, a su extravagancia, junto con el público, porque es tan divertida? ¿O está trabajando desde arriba, riéndose por lo bajo del negocio debido a que representa la imaginación popular de un proletariado rural ignorante e inculto?
La película misma no ofrece concesiones a los que buscan una respuesta. Y uno podría, por ejemplo, sacar a los mexicanos del asunto y hacer el mismo tipo de película sobre otras poco reputadas formas de diversión que parece que las masas adoran, mientras la gente más refinada se ríe disimulada y desaprobatoriamente, como los culebrones, la caza de venados, las carreras de coches, las comedias picantes y Larry the Cable Guy.
Pero Hess parece encontrar a los mexicanos extraordinariamente divertidos; después de todo, fue Pedro, el mexicano ignorante, el que fue la fuente de montones de risotadas en ‘Napoleón Dinamita' y el mexicano despistado, como arquetipo, parece ser la fuente de gran parte del humor en ‘Nacho Libre': la mirada en blanco, incomprensiva, de un mexicano que mira pero no reacciona ante algo, a veces bizca, siempre con la boca abierta, pasmado.
La trama presenta a un estadounidense, Jack Black, oculto detrás de un enorme y pésimo acento mexicano y una permanente hecha en el infierno, y un montón de mexicanos -casi todos pasmados. Black es Ignacio, apodado Nacho, un monje en un orfelinato encargado de cocinar los frijoles para los niños. ¿Frijoles? ¿Chistes con frijoles? Te puedes dar cuenta de adónde vamos, pero antes de llegar allá la película extrae un montón de humor de las posibilidades cómicas del frijol, en un ungüento parduzco con unos pocos pedazos de Doritos flotando en un superficie licuada pero densa, todo este escuálido pajote contenido en un poco profundo cuenco de barro. Le encanta mostrar a Nacho sirviendo un plato coagulado con semejante pajote a niños decepcionados, con una especie de ruido acuoso. Okay, los frijoles son divertidos, cuando tienes doce.
La trama también atribuye poderosos sentimientos sexuales, así como conspiraciones políticas, a una orden religiosa. De nuevo, dada la fealdad de la naturaleza humana, esto es probablemente verdad, y al menos los sentimientos de Nacho por la encantadora Sor Encarnación (la guapa Ana de la Reguera) no llegan a consumarse, aunque ella accede a ir a su cuarto para... una tostada.
Pero la lucha es el verdadero centro de la película. Nacho, formando un equipo con un colega representado por un tipo que parece tener unos trescientos dientes, llamado Esqueleto (Héctor Jiménez), firma en secreto un contrato para un match con el fin de reunir dinero para comprar lechuga para las ensaladas y tener algún respiro de la monotonía de los frijoles y quizás nos ofrece un santuario de todos esos chistes con frijoles.
La película sigue entonces la carrera secreta de Nacho Libre, el luchador, yuxtaponiéndola con la banalidad del monje Ignacio, que es el hazmerreír de todo ese gracioso reparto del monasterio, incluso cuando trata de seducir a Sor Encarnación. Oh, y también, para los verdaderos fanáticos, se traslada de un lugar a otro en un cortacésped eléctrico.
Black es una figura curiosa. Su atractivo es que, dotado de una de las anatomías más feas de Estados Unidos, no se avergüence de mostrarla y no se reprime a la hora de moverla. Gran parte de ‘Nacho Libre' gira en realidad sobre Nacho libre, liberado de los confines de la cogulla de monje, arrojándose en el ring con total abandono. Esto es divertido: Black tiene tanta gracia como un Volkswagen al que le falta una rueda, pero también es descarado. Simplemente la cede para la película, y la película, subversivamente, nos estimula a reírnos de los torpes, arrítmicos, culones, patosos tumbos de sus movidas. (Es un truco que Hess aprendió en ‘Napoleón Dinamita', donde el desgarbado Jon Heder, repentinamente, empieza a bailar cómicamente y es increíblemente... desgarbado). De nuevo, no tenemos problemas en intuir dónde se encuentra la excusa primitiva de la trama: Nacho ganará y perderá (sin embargo, siempre le pagarán, de modo que pueda servir lechuga a sus críos) hasta que al final lo unen a un canalla de caricatura, un campeón con máscara rosada llamado Ramsés (César González es un luchador de verdad).
Sin embargo, algunas opciones de Hess son extremadamente inusuales. Por ejemplo, ha alentado al fotógrafo Xavier Pérez Grobet a usar la paleta más chillona imaginable, de modo que la película parece siempre hortera y sobreexpuesta. Sus rojos y verdes te sacan los ojos de los cuencos. Esto no corresponde con la suciedad del México rural, el tiñoso abandono, las viejas pinturas descascaradas y la vieja madera pudriéndose que se encuentra en todas partes.
La película parece ser la visión de México de un maldito gringo borracho, con todos sus aspectos grotescos exagerados, con toda su fealdad acentuada, con toda su sordidez enfatizada. Es como ‘Bajo el volcán' para niños.
16 de junio de 2006
©washington post
©traducción mQh
4 comentarios
Alfredo Maciel Arregui -
Melody Maldonado -
Giovanni Sandoval -
yadira -