Asesinos En Serie Hollywoodenses
[Stephen Hunter] La significación y locura de los asesinos en serie de Hollywood.
Sobre los asesinos en serie existe en realidad solamente una pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué matan -una y otra vez- algunos hombres, sin remordimiento, aparentemente por el placer de la auto-expresión?
Grandes escritores han tratado de ofrecer una respuesta, pero es un problema tan manifiesto y directo, que apela más a las mentes más primitivas, y, así, es más comúnmente estudiado por piratas talentosos, como el escritor de novelas de horror norteamericano, Thomas Harris. Ha hecho toda una carrera con un asesino en serie, Aníbal [Hannibal] Lecter, el erudito intelectual y hedonista, sibarita y bebedor, amante de Italia y de la ópera, un regordete encantador con los ojos tan profundos como el espacio más allá de Pluto, al que le gusta comer gente, acompañándola a veces con habas y un rico Chianti.
Ahora Harris nos ofrece la historia del origen de Aníbal el Caníbal en doble formato: como libro (publicado en diciembre) y como película (esta semana), compartiendo el título de ‘Hannibal Rising'.
Sin embargo, nada más que por coincidencia, dos otras películas que examinan los orígenes de esa particular manifestación del asesino en serie también ocuparán, o lo harán dentro de poco, un lugar en el mercado. El brillante, aunque sombrío cuento de hadas con parábola política, ‘El laberinto del faudo' [Pan's Labyrinth], de Guillermo del Toro, es una película sobre un asesino en serie, aunque no sea más que por obra de una poderosa deducción. Luego está el análisis mucho más mundano de la sordidez de un asesino en serie de verdad, el caso de un chiflado que se hace llamar ‘Zodiac', que sembró el terror en San Francisco a fines de los años sesenta y principios de los setenta. Se piensa que mató a al menos cinco personas y que escribió, como Jack el Destripador, a los diarios. La historia es narrada en el docudrama de marzo, ‘El asesino del zodíaco' [Zodiac], del director David Fincher, que también dirigió en ‘Los siete pecados capitales' [Seven] a otro asesino en serie.
Pero terminamos con un curioso Cinto de Orión de asesinos en serie en varios modos de expresar significados diversos: Por supuesto, Aníbal aparece en la versión más romántica, con su amor por el canto y la música, su arte a la hora de cocinar cerezas y su conocimiento de la arquitectura del Renacimiento, su insistencia en eliminar sólo a los menos refinados del abrevadero. En ‘El asesino del zodíaco' tenemos un asesino en serie más proletario, más basado en los hechos, más realista. En realidad, Zodiac trata de sonar florido en sus cartas y con sus amaneramientos, como incluir criptogramas, pero se engaña a sí mismo: Es vicioso, miserable e ignorante y mata sin elegancia ni inteligencia, con una pistola o un cuchillo, para luego escapar. Es tan elegante como la gonorrea, pero, desgraciadamente, mucho más letal. Finalmente está el capitán Vidal en ‘El laberinto del fauno', que mata y tortura, y carece de conciencia de sí mismo. Está tratando de lograr algo, y si encuentra obstáculos humanos, los eliminará; pero para él, la aplicación de muerte a la vida no es una forma de arte, es simplemente el medio para un fin. De los tres, es el más escalofriante; y tristemente, el más banal.
De los tres, ciertamente Aníbal es el más divertido, una especie de Sherlock Holmes invertido, un hombre de tal sabiduría y perspicacia y didáctico dinamismo que dirigió no solamente a asesinos en serie menores, sino también a dos agentes del FBI: Will Graham (William Petersen en ‘Cazador de hombres' [Manhunter] y Edward Norton en ‘El dragón rojo' [Red Dragon] y más notoriamente Clarice Starling (Jodie Foster en ‘El silencio de los corderos' [The Silence of the Lambs] y Julianne Moore en ‘Aníbal' [Hannibal].
Dentro de estas películas (y libros) se buscaba a otros asesinos en serie. De lejos el más prosaico y menos interesante es Francis Dolarhyde, en ‘El dragón rojo', de Harris, que "fue moldeado de la manera habitual: alto IQ, aislamiento, deformación física, violentos maltratos de los padres, asco de sí mismo metamorfoseado en mortífera vanidad, personalidad obsesiva y fantasías de omnipotencia. Sabes, uno de esos. Luego estaba el mutante retorcido, Jaime ‘Buffalo Bill' Gumb, de ‘El silencio de los corderos', asesinando a jóvenes mujeres porque quería probarse sus pieles. Era sórdido, ultra-espeluznante; era la versión nada de romántica.
Encuentro fascinante a Aníbal: un asesino genial, tan inteligente que podía reconstituir un crimen en nada de tiempo y revelárselo a sus torturadores de la policía a cambio de pequeños regalos, y posiblemente, finalmente, la palanca para fugarse. Mirarlo es como ver a Michael Jordan pelear con un enano, y el placer no reside en su victoria (que está asegurada) sino en la absoluta elegancia e impecable precisión de su victoria.
Eso dicho, es un engaño.
Su transformación en un asesino en serie es algo sospechosa. Tratando de proveerle de un pasado tan exótico como posible (para explicar su exotismo como es un ejemplar homicida), Harris le dio un pasado exótico digno de una novela de Eric Ambler, aderezos de Europa oriental teñido por una visión romántica de Oriente, sazonada en el espasmo más violento de la historia. Y que pedigrí: Fue educado en la tradición judía de los ashkenazi (su tutor fue Jakov), en la tradición caballeresca europea (su ancestro, Aníbal el Severo, un gran caballero a fines de la Edad Media), luego empapado en esteticismo japonés (la mujer de su tío, Lady Murasaki, una aristócrata japonesa) y el empirismo occidental (su formación médica en Francia). Esta estrafalaria mezcla explica su erudición, su entorno, su voluntad -pero no su patología. Esa es la contribución de la Segunda Guerra Mundial, donde el caldero del Frente del Este, atrapado entre los ejércitos alemán y ruso (y además asediado por saqueadores psicóticos), se hizo con la manía del asesinato en masa cuando, después de perder de manera monstruosa a sus padres en la guerra, vio cómo su adorada hermanita era matada y devorada por lobos humanos.
Hmmm. ¿Suena convincente? No tan convincente como Dolarhyde o Buffalo Bob, cuya miseria parece provenir de fuentes más tradicionales, como padres abusivos, deformación física, aislamiento, sensibilidad patológica, alto IQ, baja estima de sí mismo y, finalmente, abundantes oportunidades. Peor, la transformación de Aníbal es inoportunamente ofensiva para los millones que vivieron esas experiencias tan completamente depravadas (léase cualquier memoria de algún sobreviviente de un campo de concentración) como el joven Aníbal y sin embargo lograron reincorporarse en la sociedad, poniendo sus traumas a un lado y llevando vidas productivas y decentes. La tragedia de la Segunda Guerra Mundial no fue la muerte de Mischa Lecter y la construcción de Aníbal Lecter; fue la muerte de cien millones de inocentes.
Sin embargo, se puede inferir el significado que tenía para Harris. Su explicación de Aníbal es un juego entre la naturaleza (su alto IQ, sus extraordinarias capacidades) y la crianza (después de todo, fue amamantado en los crímenes en masa de la guerra). Ausentes esas, Aníbal está de lo más bien. Con ambos, es un monstruo, pero un monstruo que (al menos en los libros) se queda con la chica. Es casi anti-freudiano (no que eso sea malo) en el sentido de que responsabiliza a influencias externas cuando en realidad es casi siempre un torcido torrente entre padres e hijos lo que crea a estos malos niños malos.
Con el asesino del Zodíaco, estamos en terreno más conocido. Otra vez, ayuda a recordar que ya existe la versión romántica de este invertebrado: en ‘Harry el Sucio' [Dirty Harry], el decisivo éxito de Clint Eastwood en 1971, un asesino en serie que se llama ‘Escorpión' a sí mismo, tiene aterrorizada a San Francisco. Un joven actor llamado Andy Robinson se quedó con el papel (y la ironía es que su actuación hizo que la película funcionaria, mucho más que la de Eastwood).
Robinson, bastante guapo, tenía una satánica intensidad que parecía provenir desde dentro, y una voz extraña, profunda y ceceante a la vez. Coqueteaba con lo afeminado (Escorpión le dice Harry cuando a este le ordenan entregar su Magnum 44: "¿Por qué? ¡Tú tienes una más grande!") Su boca ancha y sensual sacaba gemidos de placer o gritos de dolor en agudo contraste con la flemática e impasible jeta del sucio Harry. Era el asesino en serie como estilista camp, y es un momento seminal en ‘El asesino del zodíaco', cuando los polis de San Francisco encargados de capturar al asesino asisten a una proyección de ‘Harry el Sucio' y ven sus propios esfuerzos exagerados a la escala de una tira cómica.
El asesino en serie que emerge de ‘El asesino del zodíaco' es el que más cerca está del lunático Buffalo Bill. ‘El asesino del zodíaco' se basa en el libro del mismo título de Robert Graysmith (Jake Gyllenhaal), que se obsesionó tanto con el caso que dejó su trabajo en el San Francisco Chronicle y dedicó lo esencial de su vida a buscar al tipo que los polis no pudieron localizar. Sus penurias fueron recompensadas con un éxito de ventas, una respetable carrera como escritor de novelas de crímenes verdaderos (siguieron varios otros libros) y ahora esta película.
Problema: Su asesino en serie no es muy interesante. Si se le despoja de la inculta fanfarronería de las cartas a los diarios y los juegos con las contraseñas secretas, no queda mucho más que un matón de calle corriente que roba y, a veces, mata. Es una figura banal, un asesino de tombola en una gran ciudad en el planeta Tierra. Depende tanto de la torpeza de la policía como de su propia y sobrevalorada ‘brillantez' para eludir su captura.
El capitán Vidal (Sergio López), en la nominada ‘El laberinto del fauno' es el más terrorífico. Se le podría llamar el asesino por deber. Parece no estar obsesionado, o no sentir ninguna necesidad de ello. Pero su problema es la vanidad: Se ve a sí mismo como el centro de la existencia, como el altísimo ego de su época, como el que sabe. A sí mismo no se consideraría nunca malo, sino más bien un honesto servidor de la civilización. No le preocupa ni lo más mínimo eliminar a los que se le oponen, principalmente a los andrajosos y variopintos guerrillero republicanos heredados de la Guerra Civil Española (que terminó en 1939), a los que ahora caza hasta la muerte en ese terrible año de 1944.
La historia es presentada desde el punto de vista de un niño, y de Ofelia (Ivana Baquero), 12, es la única que se da cuenta de inmediato de que el guapo, dominante y viril hombre, que rescata a su pobre madre de la desolación de la viudez, es realmente mucho más malo que en sus fantasías de cuento de hadas. Pero las depredaciones del capitán Vidal -a diferencia de Aníbal, que es teatral, o de Zodiac, que escribe cartas)- no son carismáticas. Aunque causa más víctimas, su forma de asesinato más típica es la ejecución de prisioneros, sin ritual ni sadismo ni placer. Nunca se le pasa por la mente que eso es malo. Él y el estado son lo mismo; todo lo demás es otredad maleable, sin importancia. Su identificación con el monolítico aparato del Generalísimo es tan total que cuando se arrodilla, coloca fríamente el cañón de su Luger contra la sien de un guerrillero herido y aprieta el gatillo, parece no darse cuenta, tal como aplastar a un bicho realmente no queda registrado en la conciencia de la mayoría de la gente. No oye los gritos. Los puede disfrutar, pero no es -y esto, me doy cuenta, puede ser controvertido- realmente un sádico, en el sentido de que obtenga gratificación sexual cuando inflige dolor. Es el ego. Es así como Vidal deja su marca en el mundo, dejando una marca en la carne.
A diferencia de Aníbal y Zodiac, no mata porque tenga que matar o quiera matar, sino porque es una necesidad ocupacional. Es parte del negocio. Lo que lo define no es la muerte que causa, sino el uniforme que lleva y la valentía de la que se enorgullece, su linaje guerrero, que añora entregar intactos a su hijo nonato.
¿Qué nos dicen, al final, sobre esta conducta humana blasfema? No nos ofrecen muchas respuestas, pero consideradas en conjunto, entregan un mensaje nihilista. El consenso es que esas cosas no destiñen. Sólo tienes que mirar los titulares para darte cuenta de la deprimente razón que tienen.
Grandes escritores han tratado de ofrecer una respuesta, pero es un problema tan manifiesto y directo, que apela más a las mentes más primitivas, y, así, es más comúnmente estudiado por piratas talentosos, como el escritor de novelas de horror norteamericano, Thomas Harris. Ha hecho toda una carrera con un asesino en serie, Aníbal [Hannibal] Lecter, el erudito intelectual y hedonista, sibarita y bebedor, amante de Italia y de la ópera, un regordete encantador con los ojos tan profundos como el espacio más allá de Pluto, al que le gusta comer gente, acompañándola a veces con habas y un rico Chianti.
Ahora Harris nos ofrece la historia del origen de Aníbal el Caníbal en doble formato: como libro (publicado en diciembre) y como película (esta semana), compartiendo el título de ‘Hannibal Rising'.
Sin embargo, nada más que por coincidencia, dos otras películas que examinan los orígenes de esa particular manifestación del asesino en serie también ocuparán, o lo harán dentro de poco, un lugar en el mercado. El brillante, aunque sombrío cuento de hadas con parábola política, ‘El laberinto del faudo' [Pan's Labyrinth], de Guillermo del Toro, es una película sobre un asesino en serie, aunque no sea más que por obra de una poderosa deducción. Luego está el análisis mucho más mundano de la sordidez de un asesino en serie de verdad, el caso de un chiflado que se hace llamar ‘Zodiac', que sembró el terror en San Francisco a fines de los años sesenta y principios de los setenta. Se piensa que mató a al menos cinco personas y que escribió, como Jack el Destripador, a los diarios. La historia es narrada en el docudrama de marzo, ‘El asesino del zodíaco' [Zodiac], del director David Fincher, que también dirigió en ‘Los siete pecados capitales' [Seven] a otro asesino en serie.
Pero terminamos con un curioso Cinto de Orión de asesinos en serie en varios modos de expresar significados diversos: Por supuesto, Aníbal aparece en la versión más romántica, con su amor por el canto y la música, su arte a la hora de cocinar cerezas y su conocimiento de la arquitectura del Renacimiento, su insistencia en eliminar sólo a los menos refinados del abrevadero. En ‘El asesino del zodíaco' tenemos un asesino en serie más proletario, más basado en los hechos, más realista. En realidad, Zodiac trata de sonar florido en sus cartas y con sus amaneramientos, como incluir criptogramas, pero se engaña a sí mismo: Es vicioso, miserable e ignorante y mata sin elegancia ni inteligencia, con una pistola o un cuchillo, para luego escapar. Es tan elegante como la gonorrea, pero, desgraciadamente, mucho más letal. Finalmente está el capitán Vidal en ‘El laberinto del fauno', que mata y tortura, y carece de conciencia de sí mismo. Está tratando de lograr algo, y si encuentra obstáculos humanos, los eliminará; pero para él, la aplicación de muerte a la vida no es una forma de arte, es simplemente el medio para un fin. De los tres, es el más escalofriante; y tristemente, el más banal.
De los tres, ciertamente Aníbal es el más divertido, una especie de Sherlock Holmes invertido, un hombre de tal sabiduría y perspicacia y didáctico dinamismo que dirigió no solamente a asesinos en serie menores, sino también a dos agentes del FBI: Will Graham (William Petersen en ‘Cazador de hombres' [Manhunter] y Edward Norton en ‘El dragón rojo' [Red Dragon] y más notoriamente Clarice Starling (Jodie Foster en ‘El silencio de los corderos' [The Silence of the Lambs] y Julianne Moore en ‘Aníbal' [Hannibal].
Dentro de estas películas (y libros) se buscaba a otros asesinos en serie. De lejos el más prosaico y menos interesante es Francis Dolarhyde, en ‘El dragón rojo', de Harris, que "fue moldeado de la manera habitual: alto IQ, aislamiento, deformación física, violentos maltratos de los padres, asco de sí mismo metamorfoseado en mortífera vanidad, personalidad obsesiva y fantasías de omnipotencia. Sabes, uno de esos. Luego estaba el mutante retorcido, Jaime ‘Buffalo Bill' Gumb, de ‘El silencio de los corderos', asesinando a jóvenes mujeres porque quería probarse sus pieles. Era sórdido, ultra-espeluznante; era la versión nada de romántica.
Encuentro fascinante a Aníbal: un asesino genial, tan inteligente que podía reconstituir un crimen en nada de tiempo y revelárselo a sus torturadores de la policía a cambio de pequeños regalos, y posiblemente, finalmente, la palanca para fugarse. Mirarlo es como ver a Michael Jordan pelear con un enano, y el placer no reside en su victoria (que está asegurada) sino en la absoluta elegancia e impecable precisión de su victoria.
Eso dicho, es un engaño.
Su transformación en un asesino en serie es algo sospechosa. Tratando de proveerle de un pasado tan exótico como posible (para explicar su exotismo como es un ejemplar homicida), Harris le dio un pasado exótico digno de una novela de Eric Ambler, aderezos de Europa oriental teñido por una visión romántica de Oriente, sazonada en el espasmo más violento de la historia. Y que pedigrí: Fue educado en la tradición judía de los ashkenazi (su tutor fue Jakov), en la tradición caballeresca europea (su ancestro, Aníbal el Severo, un gran caballero a fines de la Edad Media), luego empapado en esteticismo japonés (la mujer de su tío, Lady Murasaki, una aristócrata japonesa) y el empirismo occidental (su formación médica en Francia). Esta estrafalaria mezcla explica su erudición, su entorno, su voluntad -pero no su patología. Esa es la contribución de la Segunda Guerra Mundial, donde el caldero del Frente del Este, atrapado entre los ejércitos alemán y ruso (y además asediado por saqueadores psicóticos), se hizo con la manía del asesinato en masa cuando, después de perder de manera monstruosa a sus padres en la guerra, vio cómo su adorada hermanita era matada y devorada por lobos humanos.
Hmmm. ¿Suena convincente? No tan convincente como Dolarhyde o Buffalo Bob, cuya miseria parece provenir de fuentes más tradicionales, como padres abusivos, deformación física, aislamiento, sensibilidad patológica, alto IQ, baja estima de sí mismo y, finalmente, abundantes oportunidades. Peor, la transformación de Aníbal es inoportunamente ofensiva para los millones que vivieron esas experiencias tan completamente depravadas (léase cualquier memoria de algún sobreviviente de un campo de concentración) como el joven Aníbal y sin embargo lograron reincorporarse en la sociedad, poniendo sus traumas a un lado y llevando vidas productivas y decentes. La tragedia de la Segunda Guerra Mundial no fue la muerte de Mischa Lecter y la construcción de Aníbal Lecter; fue la muerte de cien millones de inocentes.
Sin embargo, se puede inferir el significado que tenía para Harris. Su explicación de Aníbal es un juego entre la naturaleza (su alto IQ, sus extraordinarias capacidades) y la crianza (después de todo, fue amamantado en los crímenes en masa de la guerra). Ausentes esas, Aníbal está de lo más bien. Con ambos, es un monstruo, pero un monstruo que (al menos en los libros) se queda con la chica. Es casi anti-freudiano (no que eso sea malo) en el sentido de que responsabiliza a influencias externas cuando en realidad es casi siempre un torcido torrente entre padres e hijos lo que crea a estos malos niños malos.
Con el asesino del Zodíaco, estamos en terreno más conocido. Otra vez, ayuda a recordar que ya existe la versión romántica de este invertebrado: en ‘Harry el Sucio' [Dirty Harry], el decisivo éxito de Clint Eastwood en 1971, un asesino en serie que se llama ‘Escorpión' a sí mismo, tiene aterrorizada a San Francisco. Un joven actor llamado Andy Robinson se quedó con el papel (y la ironía es que su actuación hizo que la película funcionaria, mucho más que la de Eastwood).
Robinson, bastante guapo, tenía una satánica intensidad que parecía provenir desde dentro, y una voz extraña, profunda y ceceante a la vez. Coqueteaba con lo afeminado (Escorpión le dice Harry cuando a este le ordenan entregar su Magnum 44: "¿Por qué? ¡Tú tienes una más grande!") Su boca ancha y sensual sacaba gemidos de placer o gritos de dolor en agudo contraste con la flemática e impasible jeta del sucio Harry. Era el asesino en serie como estilista camp, y es un momento seminal en ‘El asesino del zodíaco', cuando los polis de San Francisco encargados de capturar al asesino asisten a una proyección de ‘Harry el Sucio' y ven sus propios esfuerzos exagerados a la escala de una tira cómica.
El asesino en serie que emerge de ‘El asesino del zodíaco' es el que más cerca está del lunático Buffalo Bill. ‘El asesino del zodíaco' se basa en el libro del mismo título de Robert Graysmith (Jake Gyllenhaal), que se obsesionó tanto con el caso que dejó su trabajo en el San Francisco Chronicle y dedicó lo esencial de su vida a buscar al tipo que los polis no pudieron localizar. Sus penurias fueron recompensadas con un éxito de ventas, una respetable carrera como escritor de novelas de crímenes verdaderos (siguieron varios otros libros) y ahora esta película.
Problema: Su asesino en serie no es muy interesante. Si se le despoja de la inculta fanfarronería de las cartas a los diarios y los juegos con las contraseñas secretas, no queda mucho más que un matón de calle corriente que roba y, a veces, mata. Es una figura banal, un asesino de tombola en una gran ciudad en el planeta Tierra. Depende tanto de la torpeza de la policía como de su propia y sobrevalorada ‘brillantez' para eludir su captura.
El capitán Vidal (Sergio López), en la nominada ‘El laberinto del fauno' es el más terrorífico. Se le podría llamar el asesino por deber. Parece no estar obsesionado, o no sentir ninguna necesidad de ello. Pero su problema es la vanidad: Se ve a sí mismo como el centro de la existencia, como el altísimo ego de su época, como el que sabe. A sí mismo no se consideraría nunca malo, sino más bien un honesto servidor de la civilización. No le preocupa ni lo más mínimo eliminar a los que se le oponen, principalmente a los andrajosos y variopintos guerrillero republicanos heredados de la Guerra Civil Española (que terminó en 1939), a los que ahora caza hasta la muerte en ese terrible año de 1944.
La historia es presentada desde el punto de vista de un niño, y de Ofelia (Ivana Baquero), 12, es la única que se da cuenta de inmediato de que el guapo, dominante y viril hombre, que rescata a su pobre madre de la desolación de la viudez, es realmente mucho más malo que en sus fantasías de cuento de hadas. Pero las depredaciones del capitán Vidal -a diferencia de Aníbal, que es teatral, o de Zodiac, que escribe cartas)- no son carismáticas. Aunque causa más víctimas, su forma de asesinato más típica es la ejecución de prisioneros, sin ritual ni sadismo ni placer. Nunca se le pasa por la mente que eso es malo. Él y el estado son lo mismo; todo lo demás es otredad maleable, sin importancia. Su identificación con el monolítico aparato del Generalísimo es tan total que cuando se arrodilla, coloca fríamente el cañón de su Luger contra la sien de un guerrillero herido y aprieta el gatillo, parece no darse cuenta, tal como aplastar a un bicho realmente no queda registrado en la conciencia de la mayoría de la gente. No oye los gritos. Los puede disfrutar, pero no es -y esto, me doy cuenta, puede ser controvertido- realmente un sádico, en el sentido de que obtenga gratificación sexual cuando inflige dolor. Es el ego. Es así como Vidal deja su marca en el mundo, dejando una marca en la carne.
A diferencia de Aníbal y Zodiac, no mata porque tenga que matar o quiera matar, sino porque es una necesidad ocupacional. Es parte del negocio. Lo que lo define no es la muerte que causa, sino el uniforme que lleva y la valentía de la que se enorgullece, su linaje guerrero, que añora entregar intactos a su hijo nonato.
¿Qué nos dicen, al final, sobre esta conducta humana blasfema? No nos ofrecen muchas respuestas, pero consideradas en conjunto, entregan un mensaje nihilista. El consenso es que esas cosas no destiñen. Sólo tienes que mirar los titulares para darte cuenta de la deprimente razón que tienen.
10 de febrero de 2007
©washington post
mQh
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1 comentario
yuliana -