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pan y cine y el santo

Un Bocado de Americana


[A. O. Scott] Servido con una triste sonrisa.
Agobiada por un matrimonio con un hombre que le desagrada, inconvenientemente embarazada con su hijo, oprimida por largas horas de atender mesas para un patrón gruñón, Jenna encuentra consuelo haciendo tartas. Filmadas con la misma ternura con que se hacen, estas creaciones sirven como terapia y como arte. Jenna se divierte poniéndole nombres caprichosos -por ejemplo, la tarta ‘No quiero tener el hijo de Earl'- y combina inverosímiles ingredientes para lograr efectos infaliblemente deliciosos.
Adrienne Shelly, que escribió y dirigió ‘Waitress' (y que hace de colega de Jenna) demuestra dotes de confección similares. La película, su tercero y último largometraje antes de que fuera asesinada en noviembre, funde elementos familiares para producir algo que es a la vez satisfactorio y sorprendente. Parte fábula feminista, parte cuento de hadas romántico, es a veces agria y dulce, encantadora y áspera, como su heroína y como Keri Russell, la valiente, guapa y ágil actriz (quizás todavía mejor conocida como Felicity, por el melodrama de televisión del mismo nombre sobre la madurez), que la representa.
El restaurante de pueblo chico sureño donde trabaja Jenna es un lugar hogareño y cómodo, y si te sientes como si hubieses estado ahí antes se debe probablemente a que recuerdas la película ‘Alicia ya no vive aquí' [Alice Doesn't Live Here Anymore], o la dilatada comedia ‘Alice', que la siguió. Russell no se parece mucho a Ellen Burstyn o Linda Lavin, cuyas Alicias eran madres solteras antes que jóvenes esposas, pero la tímida, nerviosa y no correspondida Dawn, de Shelly, y el pragmatismo de Becky, de Cheryl Hines, se acercan mucho a Vera y Flo, las fiablemente divertidas compinches de Alicia.
El aire descarado de Hines -esperé en vano que dijera ‘¡Bésame las nalgas!'- es un agradable cambio de su serio papel en ‘Curb Your Enthusiasm'. Y su estrafalaria calidez, junto con la traviesa timidez de Shelly, llenan la divertida y cariñosa visión que ofrece la película del lugar de trabajo de la hermandad.
Becky y Dawn tienen sus propios problemas, pero ninguna de ellas cambiaría de lugar con Jenna, cuyo marido Earl (Jeremy Sisto) es la principal fuente de su miseria. Un hombre infantil, amatonado y posesivo, es de temer cuando se enfada y el resto del tiempo, un fastidio. Cuando Jenna le cuenta reluctantemente que está embarazada, le hace prometer que nunca querrá más al bebé que a él, completamente inconsciente de que ella probablemente tiene un par de cordones de zapatos viejos a los que aprecia más que a él.
No es que su inminente maternidad la llene de alegría. Aunque decide inmediatamente continuar con el embarazo -la palabra ‘aborto' ni siquiera es mencionada-, la perspectiva de tener un bebé frustra su proyecto de escape. El consuelo se ofrece con la confección cada vez más frenética de tartas, y también con la compañía de su tocólogo (Nathan Fillion), un recién llegado en la ciudad que posee un porte torpe y amistoso que complementa su propia combinación de franqueza e indecisión.
Su ardiente enamoramiento se convierte pronto en toda una aventura, aunque Jenna conserva una medida de decoro y continúa llamándolo ‘Doctor Pomatter'. Su romance es un raro ejemplo de adulterio en el cine (él es casado también), sin castigo ni excusas, y funciona porque los dos actores son tan terriblemente simpáticos.
Como casi todo lo demás en la pantalla, desde las tartas hasta los uniformes de las camareras y las melodiosas canciones pop del montaje. Andy Griffith se hace notar de vez en vez, como el malhumorado y estúpido dueño del restaurante, y agrega el brillo de un sencillo ítem de americana a una película que ocurre en un reino semimítico cuidadosamente imaginado.
No es que Shelly haya excluido el realismo de su historia, sino más bien que lo ha domado y modelado, encontrando un equilibrio perfecto, difícil de alcanzar, entre el encantamiento y la verosimilitud. La historia, en la que se recompensa la resistencia, y se prohíbe la maldad, es reconfortante sin ser indebidamente sensiblera, gracias a su despreocupada y tolerante honestidad. Si ‘Waitress' fuera más enérgicamente edificante, podría ser declarada una película optimista, pero no lo es. Es simplemente una película que te deja sintiéndote bien.
Excepto, claro, por la sombra del mundo real que cae inevitablemente sobre su brillante superficie. Shelly fue asesinada el año pasado en un apartamento de Manhattan que utilizaba como oficina, después de haber terminado la película y de que esta fuera aceptada por Sundance, pero antes de que pudiera ser vista por el público. Tenía 40 años, había realizado algunas excelentes actuaciones (especialmente en las películas de Hal Hartley, ‘Confía en mí' [Trust] y ‘La increíble verdad' [The Unbelievable Truth] y su florecimiento como directora todavía por delante).
El conocimiento de su absurda y prematura muerte hace que las escenas finales de ‘Waitress' sean especialmente dolorosas de ver, y el sólido y modesto logro de la película podría difícilmente compensar la pérdida. Pero es una película encantadora, conmovedora, y llena de vida.

Waitress
Guión y Dirección Adrienne Shelly Fotografía Matthew Irving Montaje Annette Davey Música Andrew Hollander Diseño de Producción Ramsey Avery Producción Michael Roiff Distribución Fox Searchlight Pictures. Duración: 104 minutos.

Reparto
Keri Russell
(Jenna), Nathan Fillion (Dr. Pomatter), Cheryl Hines (Becky), Adrienne Shelly (Dawn), Eddie Jemison (Ogie), Lew Temple (Cal), Jeremy Sisto (Earl) y Andy Griffith (Old Joe).

8 de mayo de 2007
2 de mayo de 2007
©new york times
[viene de mQh ]

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