Murió Mimi Weddell
22 de octubre de 2009
Su muerte fue confirmada por su hija, Sarah Dillon.
Weddell, agraciada con una elegante estructura ósea, un infinito suministro de livianas bons mots y una Insumergible Actitud a lo Molly Brown, irrumpió en el cine a principio de los años ochenta con pequeños papeles en las películas de bajo presupuesto, ‘Terror en la funeraria’ [Dracula’s Last Rites] y la parodia de horror, ‘13 asesinatos y medio’ [Student Bodies].
En su opinión, eran importantes largometrajes. "Amo la ilusión", declaró en ‘Hats Off’, en una rara demostración de eufemismo.
Desde su menos que prometedor debut, construyó una idiosincrásica carrera, apareciendo en anuncios para Louis Vuitton y Nike; en numerosas películas, incluyendo ‘La rosa púrpura del Cairo’ [The Purple Rose of Cairo]; y en series de televisión, como, inevitablemente, ‘Sexo en la ciudad’ [Sex and the City].
Weddell sobresalía, sobre todo, en la adopción de poses elegantes, moviendo su boquilla y luciendo uno de los cerca de ciento cincuenta sombreros que consideraba más una declaración de estilo que una necesidad física, como el oxígeno.
"Era casi como una performance artist", dijo su hija. "Podía salir a la calle con un salacot. Podía ser complicado".
Marion Rogers nació el 15 de febrero de 1915, en Williston, Dakota del Norte, y se creció en Nueva Inglaterra. Después de que su primer matrimonio terminara en divorcio, en 1941se mudó a Nueva York y empezó a trabajar como asistente de Virginia Pope, una editora de modas del New York Times. A veces modelaba y actuaba.
En 1946 se casó con Richard Weddell, un ejecutivo de la división clásica de RCA Victor’s y más tarde con un marchante de las Galerías David Findlay, en Manhattan. Fue su muerte en 1981 la que impulsó su tardía carrera. Además de su hija, la sobreviven su hijo, Tom, de Manhattan, y dos nietos.
Los roles cinematográficos de Weddell podrían quizás ser descritos como pequeños, algunos incluso minúsculos, pero sólo entre los de mentalidad literal. Durante los pocos instantes en que la cámara se posó sobre ella, irradió tanto poder como Norma Desmond. Estuvo en la fila para entrar al cine con Mia Farrow en ‘La rosa púrpura del Cairo’ (1985), fue la mujer que roncaba en la boda en ‘Se acabó el pastel’ [Heartburn] (1986) y la invitada que se ahoga con una aceituna en ‘Hitch, especialista en ligues’ [Hitch] (2005).
Hacía anuncios impresos para Burberry y Juicy Couture, aparecía en suplementos de fotos en Vogue y Vanity Fair y, a los noventa, todavía fuerte, fue descrita como una de las cincuenta más bellas neoyorquinas para la revista New York. Luego vino el documental, dirigido por Jyll Johnstone, que brindó al público la intensidad de su personalidad.
Su atención era gratificante. Lo que ganaba, le ayudaba a comprar sombreros.
"Los sombreros te dan un marco", dijo el Times en 2008. "Por más deprimida que te sientas, si te pones un sombrero, cáspita, te cambia todo. Siempre repito a mi hija y a mi nieta y a todo el mundo: ‘Si no llevas sombrero, te lo estás perdiendo’".
5 de octubre de 2009
©new york times
[viene de mQh]
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