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pan y cine y el santo

Zombis y Caníbales Zarrapastrosos


[James Parker] El remake de ‘Las colinas tienen ojos’ [The Hills Have Eyes], de 1977, no es otra película sangrienta más. Pero la original tampoco lo era.
Nos gusta mirar películas B porque la vida es una película B: la vida, con sus sucios bordes, sus aburridas pausas, su incapacidad de sostener un ambiente o de ser tan completamente convincente como un guión. Y una película B de horror, especialmente de la variedad con salpicones de sangre, satisface nuestra intuición profana de que todos esos escenarios baratos han sido levantados con la mera intención de que sean aplastados por un maníaco o un zombi.
O por una familia de caníbales, como en ‘Las colinas tienen ojos’, de Wes Craven. Rodada en 1977 por 300 mil dólares, ‘Las colinas’ es todavía en realidad más que una película B: El absurdo guión y torpes efectos obligatorios del género no pueden impedir que se traspase una cierta calidad artístico-técnica.
La familia Carter -Big Bob, el poli jubilado; Ethel, la que teme a Dios; los tres niños grandes; un yerno; y una nieta chica- viven en una caravana en el desierto y pasan entre los blancos de una base de la Fuerza Aérea y sitios de pruebas nucleares. La fatalidad se cierne sobre ellos como una gárgola.
Cuando la enorme barcaza de clase media con aire acondicionado entra a una remota gasolinera, se puede oír el vacío a su alrededor. Los viajeros emergen parpadeando y desperezándose, pronunciando cortas frases, lanzando pequeños tufos de personalidad en el seco aire; están en el clásico estado pre-horroroso, recreado expertamente por el guionista y director Craven -en una especie de trance de normalidad, de cotidianidad, inconscientes de que esta ha sida suplantada. A unos kilómetros, en una curva equivocada, y un parachoques más tarde, los Carter son agredidos por un jefe caníbal de nariz partida, y su prole.
Una nueva versión de ‘Las colinas’, producida por Craven pero escrita por el director francés Alexandre Aja y Grégory Levasseur, está siendo proyectada actualmente en los teatros. Aja y Levasseur hicieron sus huesos, por decirlo así, con ‘Alta tensión’ [Haute Tension] en 2003, en la que los miembros de una simpática familia francesa son silenciosamente cortados en pedazos en su acogedora casa de campo. Para la presunción central de ‘Las colinas’ de Craven -el empate entre la civilización (los Carter) y la barbarie (los caníbales)- los directores han introducido ciertos tintes y tonos contemporáneos.
La violencia es generosa: Aja hace la coreografía de las escenas con hacha con toda la destreza y lustrosa sensualidad de un video de Pussycat Dolls. El arisco patriarca Big Bob es republicano ahora, y su yerno, Doug, un quejumbroso demócrata al que no le gustan las armas. Brenda, la hija menor de Bob (Emilie de Ravin) es una bomba sexual: La cámara ronda sobre su dorado cuerpo de un modo que en 1977 todavía no se inventaba -haría falta ‘Noche de Halloween’ [Halloween] y ‘Viernes 13’ [Friday the 13th] de los ochenta para consolidar la conexión entre la exhibición de un cuerpo joven y el ataque inminente.
Y aunque se ha amplificado la pulcritud, también se ha aumentado la monstruosidad. Los caníbales de la nueva ‘Las colinas’ ya no son simplemente feos, ahora son oficialmente mutantes (por las pruebas nucleares). Por supuesto, en la versión de 1977 había un notable elemento de demencia física, pero se concentraba en la extraordinaria persona de Michael Berryman (Pluto), cuyo largo y melancólico cráneo, delicada nariz, ojos sin pestañas y ausencia de uñas le daba el aire de una madre reptil que ha confundido a sus huevos. Los paletos radioactivos de Aja tienen las orejas en los lugares equivocados, y un pelín de rencor: "Vosotros nos habéis hecho como somos", croa un ser al estilo del Hombre Elefante desde su silla de baño.
El crítico de cine Robin Wood declaró estupendamente en su introducción a ‘American Nightmare: Essays on the Horror Film’ (1979) que "el verdadero tema del género de horror es la lucha por reconocimiento de todo lo que nuestra civilización reprime y oprime". Wood era un gran aficionado de Craven, encontrando todo tipo de significados en la primera película de Craven, ‘Última casa a la izquierda’ [Last House on the Left] (1972), y también en ‘Las colinas tienen ojos’, en la que, escribió, "la ‘normal’ familia varada es asediada por su oscura imagen en el espejo, la terrible familia de sombras de las colinas, que quiere matar a los hombres, violar a las mujeres y comerse al bebé".
Mirando ‘Las colinas’ original ahora, a la desgastada luz de 2006, surge la sospecha de que Wood y críticos como él fueron embaucados por el astuto Craven -un bien educado y estratégicamente pretencioso escritor que agrandaba sus guiones con referencias a mitos como si buscara precisamente este tipo de inflamada y erudita respuesta. El papi caníbal se llama Júpiter; sus hijos son Marte y Pluto; los Carter tienen dos pastores alemanes llamados Bella y Bestia (Bella es una de las primeras bajas), etc.
Por simpático que pueda parecer imaginar que los artistas baratos como Craven tienen un hueco en el lado oscuro de las cosas, generalmente no lo tienen; es por eso que son artistas baratos. Lo que tienen (o tenían) son pocas ambiciones y poco presupuesto, y el talento para hacer algo con esta coincidencia. Con ‘Las colinas’, Craven se movió rápido, no se acobardó y estrujó a sus actores para que actuasen con una demente clase de intensidad. La película, que fue sellada con la sensacional clasificación de X antes de unos cortes de última hora la colocaran dentro de la pálida R, fue un enorme éxito en los drive-ins en el país, remplazada al final por un Burt Reynolds contrabandista de cerveza en la avasalladora ‘Dos pícaros con suerte’ [Smokey and the Bandit].
Reynolds todavía está con nosotros, pero los drive-ins y la X desaparecieron, tragados por la industria pornográfica. Cuando las películas ‘adultas’ empezaron a anunciarse a sí mismas triunfantemente con doble y hasta triple X, la Asociación Cinematográfica de América se vio obligada a crear la clasificación N-17 -sexo o violencia explícita pero con significado, contenido, y alguna suerte de redención intelectual. La película ‘Las colinas’ original no tiene ninguna de estas cosas, era una perfecta X, excitación meramente vulgar. La excitación barata es más difícil de obtener de lo que uno cree, y extrañamente, mientras ‘Las colinas’ de 2006 (R) proporciona sacudida tras sacudida a nuestros corroídos receptores del horror, nos ponemos cada vez más nostálgicos de la zaparrastrosa sensación de 1977.

26 de marzo de 2006
©boston globe
©traducción mQh

1 comentario

Guillermo -

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