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Triunfo del Bien en Tijuana


[Jim Benning] En una ciudad conocida por su mala reputación, todavía hay rincones sobre el bien triunfa sobre el mal.
Es viernes noche en un pequeño gimnasio de Tijuana, del tipo de desvencijada estructura mexicana que te puede hacer añorar las normas de seguridad de las construcciones estadounidenses, y en el ring ante mí, luchadores enmascarados están pegándose y dando volteretas y, en general, maltratándose uno a otro para mi placer.
¡Whap! El gran Hijo del Santo cae al suelo. Eso debe doler.
La multitud estalla en un grito de simpatía: "¡San-to! ¡San-to!" Sorbo de mi té frío Tecate, me echo hacia atrás en mi tambaleante silla plegable (no muy diferentes de las que ocasionalmente son rotas en las gruesas cabezas de los luchadores) y sonrío.
Mientras muchos de mis compatriotas estadounidenses están mirando a Jack Black haciendo de aprendiz de luchador en ‘Nacho Libre', yo me he venido al sur esta suave tarde de verano para ver peleas de verdad: lucha libre auténtica, practicada por hombres fornidos con nombres como El Diablo, que lleva unas terroríficas máscaras y, ha de observarse, no le teme a las mallas.
Es un viaje corto. Mi mujer, Leslie, y yo, conducimos durante 20 minutos desde nuestra casa en San Diego hasta que vimos un letrero de la carretera que nunca deja de avivar mis ganas de conocer el mundo: ‘USA Última Salida'. Giré, aparcamos en un estacionamiento que colindaba con la frontera mexicana y pasamos por un chirriante torniquete hacia ese otro mundo que es Tijuana.
Ya lo sé, lo sé, Tijuana tiene mala reputación. La peor de todas. Pobreza. Drogas. Delincuencia. Violencia. Es todo verdad. Justo días antes de mi visita, de hecho, habían encontrado las cabezas -sólo las cabezas- de tres agentes de policía en el río Tijuana. Es suficiente como para que el más intrépido de los viajeros lo piense dos veces.
Pero Tijuana tiene más que malas noticias. Como he descubierto desde que me mudé a San Diego hace dos años, la ciudad ofrece un montón de cosas más que la única calle que ven la mayoría de los visitantes, la Avenida de la Revolución, con sus bares, sus clubes de striptease y las tiendas de curiosidades que venden toallas playeras ‘Buscando a Nemo' falsas. El ambiente, repleta con americanos borrachos posando para fotos encima de abatidos burros pintados como cebras de zoológico, recuerda la famosa frase atribuida al ex presidente de México, Porfirio Díaz: "Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos".
Esta noche tomamos un taxi para un trayecto de diez minutos hacia Carnitas Uruapán, cenamos un sabroso cochinito asado y humeantes tortillas de maíz en una brillante mesa de picnic de color naranja, con acompañamiento de mariachis, sin burros rayados a la vista. Luego fuimos caminando hacia la arena Palenque en el Hipódromo de la ciudad, donde se había anunciado la extravagante lucha libre a las 8:30 de la noche.
En la acera, en un extenso terreno de tierra, un vendedor vende mazorcas de maíz que saca de una humeante cacerola. Un hombre ofrece cientos de coloridas máscaras de lucha libre, gritando: "¡Máscaras, máscaras!" Compramos nuestros billetes en una pequeña ventanilla -18 dólares para dos almohadillas. Los beneficios de esta noche se destinarán a obras de caridad. Entramos, saboreando el olor a perritos calientes asados, envueltos en tocino. El edificio mal iluminado, con su tejado y paneles de metal, más parece un granero de aluminio que un gimnasio. Subimos una docena de escalones y nos dejamos caer sobre una larga y estrecha banca de metal.
Pancartas de radios cercan el ring; los anuncios de cerveza y brandy cubren las paredes del gimnasio. Alrededor nuestro, los primeros grupos de espectadores están devorando rajas de mango untadas en salsa picante. Un niño con una máscara de lucha libre dorada mordisquea torpemente algodón de azúcar a través de un pequeño corte en la boca.
No veo a otros gringos. La multitud parece estar formada por cientos de residentes locales -maridos y esposas, grupos de adolescentes, padres acarreando niños enmascarados. Abajo, en una escena que provocaría a un gerente americano pesadillas sobre los seguros, dos docenas de niños se han escapado de sus padres y se han montado en el ring de lucha, dejándose caer unos sobre otros, dando saltos de ángel desde las cuerdas de las esquinas, gritando y riendo. Me encanta.
A eso de las nueve suena una campana, los niños vuelven a sus asientos, y un hombre con un traje oscuro anuncia el primer match. Cuatro luchadores enmascarados (dos equipos) suben al ring. Mientras ruge la multitud, los hombres se turnan golpeándose, rebotando y cayendo unos sobre otros. Un tipo actualiza un clásico truco de los Tres Chiflados y mete dos dedos estirados en los ojos de su oponente. Es una movida osada. La multitud lo aprueba.

Los hombres se enfrentan en una tradición que se remonta a los años treinta en México. Como el World Wrestling Entertainment en Estados Unidos, el énfasis no está puesto en la lucha seria, sino en la diversión, en el espectáculo familiar y nada menos que en el triunfo del bien sobre el mal.
El cartel de esta noche anuncia cuatro peleas de media hora, cada una de tres vueltas. Después de la segunda pelea, los que estamos en las almohadillas somos invitados por el maestro de ceremonia a ocupar las locaciones más caras abajo. Cientos de nosotros nos trasladamos hacia abajo.
A eso de las once, cuando se acerca el último match, me encuentro hablando en español con José, un hombre de voz suave que está sentado cerca, con sus dos hijos.
José me dice que cuando era un niño en Ciudad de México, asistía con su padre a las peleas de lucha libre. Ahora, en Tijuana, viene a menudo con sus hijos.
"Es parte de nuestra cultura", dice. "Y somos aficionados". Observando a los espectadores durante la velada, observo que los padres gritones tienden a tener hijos e hijas ruidosos igualmente gritones. Pero lo contrario también es verdad. José ha estado quieto durante las peleas, lo mismo que sus hijos.
Iván, de 12, y Adrián, de 10, miran intensamente, incluso respetuosamente, emitiendo rara vez un sonido. Iván aprieta fotos de sus luchadores favoritos, incluyendo a El Hijo del Santo.
"El Hijo del Santo es un gran luchador", dice José. "Tiene carisma". El carisma es evidente tan pronto como El Hijo del Santo se trepa al ring. El hijo del gran luchador El Santo, que hace décadas hizo en México películas terriblemente populares, El Hijo del Santo entra a la arena llevando una brillate máscara plateada, calzoncillos plateados sobre unas mallas blancas y una larga capa plateada. Su pecho desnudo y aceitado brilla como si se tratara de lentejuelas.
El último match presenta a algunos de los luchadores más grandes de México, incluyendo a El Hijo del Santo, Blue Demon Jr., y el Rey Misterio. La tensión sube. "¡Esta noche tenemos algunas estrellas!", ruge el anunciador.
Al empezar la lucha, el Rey Misterio se hace rebotar en las cuerdas y golpea a Blue Demon en el pecho. Se suceden volteretas con rebotes en la lona. El Ángel Blanco inmoviliza a El Hijo del Solitario. La multitud aplaude.
Varios minutos después, en el segundo round, la acción empieza de verdad. El Ángel Blanco se abalanza fuera del ring y cae entre la multitud, persiguiendo a El Hijo del Santo y dispersando a los espectadores. Se oye un grito. El Ángel Blanco ordena a varias mujeres que abandonen sus asientos, y lanza a El Hijo del Santo entre los asientos y lo empuja al suelo.
Un sordo "Uuuuuhhh" recorre el gimnasio. Leslie hace una mueca de dolor y ahoga una risa.
Miro justo cuando Adrián, el hijo de José, se pone de pie y evalúa tranquilamente la situación. El referí, aparentemente, no está contento. Detiene la lucha y amenaza con terminarla antes del último round.
"Aquí hay mujeres y niños", amonesta un oficial a los luchadores. Algunos luchadores cogen el micrófono y piden disculpas, pidiendo que la lucha continúe para los fans inocentes.
Es una movida galante, y el público se llena de esperanzas.
"¡O-tra, o-tra!", gritamos.
El oficial, benévolo, autoriza a los luchadores y momentos después, para nuestro alivio colectivo, Ángel Blanco está dando puñetazos a El Hijo del Santo, golpeando su cabeza con una ferocidad poco usual en estos días. Entonces el Santo se recupera prodigiosamente, y noquea al Ángel Blanco. Después de varios minutos de aporrear cuerpos y retorcer miembros, El Hijo del Santo, el Rey Misterio y el Rayo de Jalisco, elevan sus brazos victoriosos. Todos aplaudimos.
Leslie y yo salimos hacia la noche de Tijuana, y estamos satisfechos. En esta rebosante ciudad fronteriza con semejante mala reputación, las fuerzas del bien todavía pueden triunfar sobre las fuerzas del mal. Y los hombres enmascarados pueden ser rudos, aunque lleven mallas.
Vi la lucha libre en la arena Palenque en el Hipódromo de Tijuana, pero la mayoría de los viernes, los enmascarados se enfrentan en el Auditorio Municipal, a las 8:30 de la tarde.

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10 de julio de 2006
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En el Gimnasio Con el Santo


[A.S. Hamrah] Héroes, disfraces, y ahora Jack Black. Bienvenido al mundo del Santo.
Si la nueva comedia de Jack Black, ‘Nacho Libre', del director Jared Hess, de ‘Napoleón Dinamita', no provoca nada más, hará por lo menos recordar a los cinéfilos que hubo una vez en que voluminosos héroes recorrían la Tierra, al menos al sur de la frontera.
Estos nobles hombres luchaban contra el mal, el que se les aparecía bajo la forma de vampiros, momias y científicos locos. Lucharon contra estos males llevando máscaras. Y mallas. Y, a veces, capas. Hablaban español, excepto cuando sus voces eran dobladas al inglés.
Cualquiera fuera la lengua que hablaran, su verdadero idioma era el esperanto de las patadas en el aire y las llaves de asfixia. Se lo llama en México la ‘lucha libre'.
En las películas mexicanas desde principios de los años cincuenta a fines de los noventa, estos luchadores demostraron que la lucha profesional, como en las películas, era un lenguaje internacional capaz de transmitir una verdad fundamental: Dios patea el trasero del demonio.
Su corolario era que también lo podían hacer hombres, mitad atletas mitad showmen, envueltos en estrafalarios trajes. Luchadores mexicanos como el Santo se convirtieron en iconos latinoamericanos, los que, como muestra ‘Nacho Libre', todavía resuenan al norte de la frontera 30 años después de sus días de apogeo.
Los luchadores mexicanos luchan contra criminales y monstruos, pero no son superhéroes en el sentido norteamericano. No tienen poderes extraordinarios. Dependen de habilidades ganadas duramente durante años en el ring. En una película de lucha libre, cuando el Santo, llamado ‘el Hombre de la Máscara de Plata', salta para trepar una muralla, y no demasiado alta, lo hace de verdad, sin doble, ni efectos especiales ni montaje. Su esfuerzo lo vemos todos.
Tampoco tiene el Santo una identidad secreta. No es un Clark Kent que se convierte en Superman en una cabina telefónica. Cuando se le cae la máscara, lleva otra idéntica debajo. Sale enmascarado cuando lleva a una amiga a dar un paseo en su convertible Aston Martin. A veces lleva su capa, si la cita es algo más formal. Incluso cuando lleva una americana o un cuello de cisne, no se desprende de la máscara. El hombre y el luchador de película son uno solo.
A mediados de los años cincuenta en un ensayo titulado ‘El mundo de la lucha libre', el crítico francés Roland Barthes equiparó la lucha libre con el sufrimiento y la justicia. ¿Exigiría demasiada credulidad decir que el sufrimiento de México, y sus esperanzas de justicia, encontraron una salida subconsciente en esas películas baratas y populares destinadas al público mexicano?
Pueden ser infantiles y campy -para no decir manifiestamente, incluso ridículamente psicosexuales-, pero las películas de lucha libre mexicanas se ubican en el lugar donde coliden el folclore mexicano y la entretención de masas. En películas donde luchadores enmascarados aplastan a momias aztecas, la colisión puede ser literal. Santo, como Godzilla en Japón, es donde reside la versión en cultura popular del alma del país.
¿Quién era el Santo? Preguntar eso en América Latina es como preguntar quién es Elvis en Tennessee. La carrera del Santo es la historia de la lucha libre. Como Elvis, su éxito en su campo lo llevó a una segunda carrera en el cine.
Nacido como Rodolfo Guzmán Huerta, en Hidalgo, en 1917, El Santo empezó a pelear cuando era adolescente, primero como rudo, el púgil que hace de canalla en el ring, y luego como técnico, como se llama en la lucha libre al tipo bueno. Después de aparecer en una serie de fotonovelas en los años cincuenta, el Santo dio el salto hacia los largometrajes. Sus primeras películas fueron rodadas en Cuba justo antes de la revolución.
Durante las siguientes dos décadas, el Santo dominó las películas de lucha libre, a pesar de la competencia de coloridos luchadores como Blue Demon y Mil Máscaras. Trabajaba ocasionalmente en equipo con ellos pero en casi 60 películas se dedicó principalmente a pelear solo contra criminales, espías, mujeres vampiro y marcianos.
Sant se retiró en 1982. Se quitó su máscara en público por primera vez en un programa de televisión mexicano en 1984. Una semana más tarde tuvo un ataque al corazón y murió, dejando 11 niños, y fue enterrado en Ciudad de México, con su máscara.
Santo murió como un genuino fenómeno latinoamericano; miles de personas asistieron a su funeral. Debe su notoriedad en Norteamérica a un hombre llamado K. Gordon Murray, distribuidor de películas que, en los años sesenta, compró brazadas de películas mexicanas, las dobló al inglés y las distribuyó en el mercado de los drive-in y de la televisión.
Durante tres décadas estuvieron en los márgenes de la cultura popular americana, en canales UHF y en matinés para niños. Poco a poco se hicieron camino hacia las corrientes más subterráneas de la conciencia americana. Surgió un mercado de coleccionistas de recuerdos cinematográficos mexicanos, carteles de películas y postales. Para fines de los años ochenta, con la disponibilidad de las películas de Murray en VHS, la lucha libre empezó a influir en el mundillo de los cómics alternativos y el rock de garaje.
‘Love & Rockets', una serie de historietas de los hermanos Jaime y Gilbert Hernández, de Los Angeles, insertaron los personajes del luchador y la luchadora entre los protagonistas -adolescentes punk muy realistas- y cosecharon un gran éxito. Los Straijackets, un banda surf de Nashville, usaban máscaras cuando actuaban. Todavía recorren Estados Unidos y el año pasado actuaron para grandes multitudes en Ciudad de México, donde han sido importante en el ambiente del surf-rock mexicano.
La serie de historietas ‘¡Mucha Lucha!' está destinada a niños cuyos padres crecieron en la cultura indie, leyendo ‘Love & Rockets' y escuchando a bandas como Los Straitjackets. ‘¡Mucha Lucha!', el invento de los animadores Eddie Mort y Lili Chin, estrenado en el canal WB en 2002 y que empezó a aparecer en la Cartoon Network en 2004. El programa, el primero de televisión hecho con animación Flash, se desarrolla en una ciudad llamada Lucha Libre, donde sus jóvenes protagonistas Rikochet, Buena Girl, y The Flea, asisten a una escuela de lucha libre. Como los Spy Kids o los adolescentes de ‘Una escuela de altos vuelos' [Sky High], el trío aprende los rudimentos de los superhéroes de padres criados en la cultura pop.
En México, la lucha libre no es simplemente diversión de cajón de arena. Aunque la lucha libre es, sin ninguna duda, un rico campo de investigación académica, su estudio recuerda el modo en que un productor hollywoodense reprocha al guionista neoyorquino en la película ‘Barton Fink', 1991, de los hermanos Cohen:
"Esta es una película de lucha libre", ladra. "¡El público quiere ver acción, drama -lucha libre por montones! Estas son grandes películas. Giran sobre hombres grandes. En mallas. Mentalmente y físicamente. Pero sobre todo físicamente".

11 de junio de 2006
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Fray Tormenta Sin Restricciones


[Stephen Hunter] Jack Black gana por las malas como púgil en ‘Nacho Libre'.
'Nacho Libre', la nueva película de Jared Hess, que dirigió ‘Napoleón Dinamita' es, eh, peculiar.
La ‘eh' de la frase anterior revela que no sé de qué modo llamarla.
¿Divertida? A veces. ¿Estúpida? Mucho. ¿Racista? Posiblemente. ¿Fea? Profundamente. ¿Disparatada? Sin ninguna duda. ¿Estrafalaria? Completamente.
La película es el lanzamiento o el despegue de una tradición atlética y de diversión mexicana llamada ‘lucha libre', una especie de circuito profesional de lucha libre exagerada que estimula a sus participantes, llamados luchadores, a usar máscaras. Estos colosos, en envoltorios de brillantes colores, con llamas bordadas y fundas de cabeza de satén (te harán recordar al Hombre Enmascarado o a Batman), vuelan por el ring sacándose unos a otros los mocos a mamporros para edificación de las masas, ganando de paso enormes sumas de dinero. ¿Son más extravagantes que nuestros propios luchadores profesionales, esa excéntrica tribu de personajes hechos de masas de músculos, de venas hinchadas y que chupan esteroides que hacen lo mismo aquí? Bueno, las máscaras dan a la empresa una extraña vibración de perversidad (se ven como estrellas porno de los años cincuenta), pero de otro modo son bastante similares.
La pregunta clave es el tono: ¿Está Hess explorando la lucha libre desde abajo, es decir, entregándose a sus excesos, a sus vulgaridades satinadas, a su extravagancia, junto con el público, porque es tan divertida? ¿O está trabajando desde arriba, riéndose por lo bajo del negocio debido a que representa la imaginación popular de un proletariado rural ignorante e inculto?
La película misma no ofrece concesiones a los que buscan una respuesta. Y uno podría, por ejemplo, sacar a los mexicanos del asunto y hacer el mismo tipo de película sobre otras poco reputadas formas de diversión que parece que las masas adoran, mientras la gente más refinada se ríe disimulada y desaprobatoriamente, como los culebrones, la caza de venados, las carreras de coches, las comedias picantes y Larry the Cable Guy.
Pero Hess parece encontrar a los mexicanos extraordinariamente divertidos; después de todo, fue Pedro, el mexicano ignorante, el que fue la fuente de montones de risotadas en ‘Napoleón Dinamita' y el mexicano despistado, como arquetipo, parece ser la fuente de gran parte del humor en ‘Nacho Libre': la mirada en blanco, incomprensiva, de un mexicano que mira pero no reacciona ante algo, a veces bizca, siempre con la boca abierta, pasmado.
La trama presenta a un estadounidense, Jack Black, oculto detrás de un enorme y pésimo acento mexicano y una permanente hecha en el infierno, y un montón de mexicanos -casi todos pasmados. Black es Ignacio, apodado Nacho, un monje en un orfelinato encargado de cocinar los frijoles para los niños. ¿Frijoles? ¿Chistes con frijoles? Te puedes dar cuenta de adónde vamos, pero antes de llegar allá la película extrae un montón de humor de las posibilidades cómicas del frijol, en un ungüento parduzco con unos pocos pedazos de Doritos flotando en un superficie licuada pero densa, todo este escuálido pajote contenido en un poco profundo cuenco de barro. Le encanta mostrar a Nacho sirviendo un plato coagulado con semejante pajote a niños decepcionados, con una especie de ruido acuoso. Okay, los frijoles son divertidos, cuando tienes doce.
La trama también atribuye poderosos sentimientos sexuales, así como conspiraciones políticas, a una orden religiosa. De nuevo, dada la fealdad de la naturaleza humana, esto es probablemente verdad, y al menos los sentimientos de Nacho por la encantadora Sor Encarnación (la guapa Ana de la Reguera) no llegan a consumarse, aunque ella accede a ir a su cuarto para... una tostada.
Pero la lucha es el verdadero centro de la película. Nacho, formando un equipo con un colega representado por un tipo que parece tener unos trescientos dientes, llamado Esqueleto (Héctor Jiménez), firma en secreto un contrato para un match con el fin de reunir dinero para comprar lechuga para las ensaladas y tener algún respiro de la monotonía de los frijoles y quizás nos ofrece un santuario de todos esos chistes con frijoles.
La película sigue entonces la carrera secreta de Nacho Libre, el luchador, yuxtaponiéndola con la banalidad del monje Ignacio, que es el hazmerreír de todo ese gracioso reparto del monasterio, incluso cuando trata de seducir a Sor Encarnación. Oh, y también, para los verdaderos fanáticos, se traslada de un lugar a otro en un cortacésped eléctrico.
Black es una figura curiosa. Su atractivo es que, dotado de una de las anatomías más feas de Estados Unidos, no se avergüence de mostrarla y no se reprime a la hora de moverla. Gran parte de ‘Nacho Libre' gira en realidad sobre Nacho libre, liberado de los confines de la cogulla de monje, arrojándose en el ring con total abandono. Esto es divertido: Black tiene tanta gracia como un Volkswagen al que le falta una rueda, pero también es descarado. Simplemente la cede para la película, y la película, subversivamente, nos estimula a reírnos de los torpes, arrítmicos, culones, patosos tumbos de sus movidas. (Es un truco que Hess aprendió en ‘Napoleón Dinamita', donde el desgarbado Jon Heder, repentinamente, empieza a bailar cómicamente y es increíblemente... desgarbado). De nuevo, no tenemos problemas en intuir dónde se encuentra la excusa primitiva de la trama: Nacho ganará y perderá (sin embargo, siempre le pagarán, de modo que pueda servir lechuga a sus críos) hasta que al final lo unen a un canalla de caricatura, un campeón con máscara rosada llamado Ramsés (César González es un luchador de verdad).
Sin embargo, algunas opciones de Hess son extremadamente inusuales. Por ejemplo, ha alentado al fotógrafo Xavier Pérez Grobet a usar la paleta más chillona imaginable, de modo que la película parece siempre hortera y sobreexpuesta. Sus rojos y verdes te sacan los ojos de los cuencos. Esto no corresponde con la suciedad del México rural, el tiñoso abandono, las viejas pinturas descascaradas y la vieja madera pudriéndose que se encuentra en todas partes.
La película parece ser la visión de México de un maldito gringo borracho, con todos sus aspectos grotescos exagerados, con toda su fealdad acentuada, con toda su sordidez enfatizada. Es como ‘Bajo el volcán' para niños.

16 de junio de 2006
©washington post
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Mujeres en el Ring


[Vanessa E. Jones] Apela a las masas. Estadounidenses aman el deporte, y el ring.
[Allston, Boston, Estados Unidos] Sentada en el suelo del Rock City Body Pilates Studio en Allston, Carrie D'Amour está sacando los recuerdos que ha estado coleccionando en los últimos diez años que conmemoran su amor por la versión mexicana de la lucha: la lucha libre.
El deporte, que empezó a seducir a los fans mexicanos en los años treinta, ha conquistado un pequeño pero ferviente grupo de seguidores entre estadounidenses que se han enamorado de luchadores legendarios como el Santo, Blue Demon, Mil Máscaras y Fray Tormenta. El público mexicano toca cornetas y agita matracas con entusiasmo, mientras los enmascarados púgiles exhiben un estilo de lucha que se caracteriza por sus movidas acrobáticas aéreas. A menudo la acción desborda el ring y se traslada a las primeras hileras de la audiencia.
Los fans acogen el deporte de una variedad de maneras. Hace casi diez años, Keith Rainville, nativo de Whithinsville, empezó a introducir la lucha a audiencias de habla inglesa en todo el mundo a través de su revista From Parts Unknown. Después de convertirse en una apasionada de la lucha gracias a From Parts Unknown, D'Amour reclutó hace casi dos años a otras cuatro mujeres para participar en La Gata Negra: La Liga de Mujeres Luchadoras Enmascaradas, un grupo de lucha alternativo, inspirado fuertemente en la lucha libre, que ha actuado en el T.T. the Bear's, el Coolidge Corner Theatre, y en el College of Art de Massachusetts. También hay luchadoras locales profesionales, como Nikki Roxx y Ariel, que viajan a México, donde pelean en la Lucha Libre Femenil, la liga mexicana de mujeres luchadoras.
Pero la lucha libre se extiende por todo el país. El Lucha Va Voom, de Los Angeles, ofrece una mezcla de burlesque y lucha libre con importantes púgiles de México. Fans en St. Louis, Chicago, y Los Angeles, pueden disfrutar de auténticos luchadores protagonistas mexicanos.
Ahora la lucha libre está tratando de salir de la marginalidad con ‘Nacho Libre', que se estrena el viernes, una película basada libremente en la historia de Fray Tormenta. El sacerdote mexicano trabajó durante 23 años como un popular luchador para reunir dinero para su orfelinato. Algunos piensan que la película -que reúne a Jared Hess, director de ‘Napoleón Dinamita', con Mike White, el guionista de ‘Escuela de rock' [School of Rock]- puede sacar a la lucha libre de la subcultura y convertirla en un fenómeno pop.
Como es normal en estos casos, la transición no ha sido muy fluida. Algunos fans cotillean sobre la insensibilidad de los directores de poner en el reparto a un anglosajón (el actor Jack Black es un batallador cocinero que lucha por reunir dinero para alimentar a los huérfanos de su monasterio) como mexicano; de hecho, dice Hess, que dirigió ‘Nacho Libre' y co-escribió el guión, el personaje de Black es el hijo huérfano de una misionera escandinava y un diácono mexicano.
Otros fans temen perder el control de su venerado deporte a medida que se hace más popular.
"Sabes", dice D'Amour, una vecina de Pawtucket, Rhode Island, de 25 años, "creo que vas a tener sentimientos mezclados... con cualquier cosa que tenga que ver con un culto marginal. Quieres que la gente que hace la lucha libre reciba lo que es debido y hagan dinero y sean más accesibles, incluso para ti. Pero al mismo tiempo, corres el riesgo de una saturación y comercialización excesivas".

Camp Con Tortazos
Hess, 26, que tomó contacto con la cultura de la lucha libre hace unos diez años en la escuela secundaria cuando vio de casualidad una película del Santo en Galavisión, no comparte los temores de D'Amour. Ha coleccionado unos 25 DVDés de películas con luchadores como protagonistas, películas B de los días de apogeo de las películas de luchadores que empezaron en los últimos cincuenta años, y habla tan apasionadamente como cualquier otro fan.
La lucha, dice Hess, "es algo que, en México, será siempre lo que es... Aunque devenga popular aquí en Estados Unidos, no creo que pueda ser cambiada de manera fundamental".
De vuelta en los estudios Pilates, D'Amour se rodea de su colección de recuerdos de la lucha libre. Un diminuta figurita de Mil Máscaras con su capa roja y máscara blanca. Un pequeña pila de la revista From Parts Unknown. Programas de las actuaciones de Lucha Va Voom. Un puñado de DVDés de lucha libre clásicos.
From Parts Unknown se concentraba pesadamente en películas que, de acuerdo a Rainville, los mexicanos consideran "un género barato". Entre 1996 y 2000, la revista vendió entre tres mil y cinco mil ejemplares al año (ahora se encuentra online en www.frompartsunknown.net). Los creadores de la caricatura ‘¡Mucha Lucha!' leyeron From Parts Unknown; Rainville se convirtió en un personaje lo suficientemente influyente como para que el grupo que elaboró la primera Lucha Va Voom lo contratara como consultor.
"El cine clásico -eso era la mitad de lo que cubríamos", dice Rainville, que ahora vive en Los Angeles. "Hay más de 140 o 150 o más películas B hechas entre mediados de los años cincuenta y ochenta en México. Son las películas más maravillosas que he visto en mi vida".
Con sus imágenes visuales de luchadores vestidos con trajes nuevos de hombres de negocios y máscaras de lucha color de caramelo, las películas son camp de alto nivel mezcladas con una impresionante fisicalidad. Pero no hay que confundir la lucha libre con la popular lucha americana, que Rainville cree que ha estado en decadencia después de alcanzar su apogeo en los años noventa. La lucha es algo de lo que pueden disfrutar familias enteras, a diferencia de World Wrestling Entertainment, que D'Amour y cohortes se quejan de que presenta a las mujeres de manera exageradamente sexual.
"Espero que la gente no vea ‘Nacho Libre' y diga: ‘¿Qué es esto, Hulk Hogan?'", dice Rainville. "La lucha libre es algo enteramente diferente. No trata de esteroides e índices de rating gigantes y patrocinadores comerciales. Se trata de seis tipos en un ring en un mercadillo en Juárez con 150 personas de público que están, al mismo tiempo, comiendo churros y bebiendo cerveza Corona".

Convertirlo En Algo Propio
En estos días no tienes que ser mexicano para convertirte en un púgil de lucha libre.
Nicole Raczynski, que pelea bajo el nombre de Nikki Roxx, viajó a México durante 2004 a 2005 para pelear en la Lucha Libre Femenil. Pasaba algunas semanas en su casa en New Hampshire para luego volar a Monterrey, México, donde los organizadores le pagaban su nuevo apartamento. Raczynski no habla español, así que después de aprobar el examen físico para obtener su permiso, aprendió la mecánica de la lucha libre en el ring.
"Es mucho más rápido" que la lucha americana, dice Raczynski, "con muchas más acrobacias aéreas... y mayor impacto. Nosotras, los estadounidenses, nos sorprendemos cuando las luchadoras mexicanas nos pegan, porque son tan chicas. ‘Esto no me va a doler'. Pero duele".
Las lonas de los rings son también más duras que los de Estados Unidos.
"Es igual de duro que un suelo de tierra", dice Raczynski. "Concreto. Había algunos rings que estaban tan mal que hacía todo lo posible para no caerte; tenías que pelear a tope para que no te empujaran".
Los cinco miembros de la tripulación de La Gata Negra pelean en colchonetas. Las lenguas de las damas permanecen firmemente encerradas en sus mejillas mientras traman batallas para su loca colección de personajes de la lucha libre. Han creado un dúo de monjas llamado los Malos Hábitos contra dos colegialas sureñas que llaman las Gemelas Irlandesas. Para otro espectáculo, las luchadoras extranjeras St. Brawley Girl [La Chica de San Braulio] y la Swiss Fist [El Puño Suizo] lucharon por sus tarjetas verdes contra las americanas GI Jane Doe y Missy America. Entregan información sobre las biografías de sus personajes en www.lagatanegra.com
Las mujeres crean sus movidas estudiando las luchas en películas clásicas. Ama Allara, 35, miembro de La Gata Negra y propietaria del estudio Allston Pilates donde el grupo practica, se asegura de que lo hagan sin incidentes. Pero su presencia no ha impedido que las mujeres sufran su parte de fracturas y rosetones. D'Amour se quebró el tobillo durante un match; Lisa Magnani, 26, una recluta de las clases de Allara, se abrió una vez su barbilla.
Luego están las ocasionales fallas de guardarropa. Durante un match, el traje de Mistress Cheetah [Amante Chita] de Allara se deslizó, mostrando al público su pecho desnudo.
"Carrie me había hecho una llave y me tenía agarrada con mis brazos sobre mi cabeza", cuenta Allara. "No había nada que yo pudiera hacer".
¿Qué hace que las mujeres vuelvan a por más a las colchonetas?
"Te sientes realmente fuerte", dice la vecina de Allston, Alissa Grenman, 25, otra recluta de las clases de Allara. "Te siente como: ‘Oh, Dios mío, esto es divertido, son mujeres fuertes y montan estos estupendos espectáculos y todos mis amigos pueden verme... Te da poder'".

12 de junio de 2006
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Película con Fray Tormenta


[Reed Johnson] Película de Jared Hess muestra una visión razonablemente respetuosa de la cultura popular mexicana.
Tlacolula, México. Las cómicas payasadas de Black Jack a menudo dejan con puntos a la audiencia. Ahora Black mismo es cosido de vuelta, con una dentada línea de hilo negro bordada en torno a su ojo.
La improvisada cirugía era necesaria para una secuencia acrobática de ‘Nacho Libre’, su última aventura cinematográfica. Eso es lo que me pasa por ser un actor exitoso en Hollywood, con la tendencia a lanzarme de cabeza a la acción, literalmente.
"Soy delicado, como una pieza de porcelana", dice Black, con cuyo volumen y pecho de barril evoca más a la Gran Muralla que a un vaso de la dinastía Ming. "Salté de cabeza... y caí encima de unas personas y me pegué con una silla. Me rompí el ojo. Fue divertido: me dieron tres días de vacaciones. Quedé con una cicatriz para toda la vida -la cicatriz no va a desaparecer. Pero es parte del trabajo".
Es divertido el tipo, Black, y a su manera, sorprendentemente ágil y atlético -que es algo que ya sabes si lo viste hacer esos honrados solos de guitarra en ‘Alta fidelidad’ [High Fidelity] y ‘Escuela de rock’ [School of Rock]. Deben ser simplemente las cualidades que necesita para el sólido papel del título en ‘Nacho Libre’, una magulladora comedia que el director Jared Hess (‘Napoleón Dinamita’) y un equipo mexicano-americano rodaron aquí el otoño pasado. La película de Paramount Pictures, que produce Nickelodeon Movies, con la productora de Black, Black and White Productions, debe llegar a las salas este verano.
Recién terminada su aparición en la mantecosa película de acción de Peter Jackson, el remake de ‘King Kong’, Black aparece en ‘Nacho Libre’ como otro tipo de fogoso púgil que arriesga la vida, y la anatomía, en la lucha por conseguir sus sueños obsesivamente poco convencionales. Es Ignacio (alias de Nacho), un pinche de cocina mexicano-noruego y seminarista en un orfelinato mexicano, con un corazón de oro puro y una cintura de auténtica celulitis.
Naturalmente, surgen varias complicaciones y cuando se amenaza con cerrar el orfelinato, Nacho se pone una máscara y sale a ganar dinero como luchador, un practicante del estilo todo-es-posible de la lucha libre profesional mexicana. Black describe a su personaje como "un poco vano, pero también es inocente y cariñoso".
La lucha libre ha sido toda la vida parte del mobiliario de la cultura popular mexicana, que alcanzó su cenit comercial y creativo entre los años cuarenta y principios de los ochenta. Eso fue cuando personalidades de la lucha libre como el Santo y Blue Demon gobernaban en el ring y un montón de películas de Cine Luchador transformaron ese ‘deporte’ marginal en una subcultura con todas las de la ley. (‘Nacho Libre’ está escenificada en los días de gloria de la lucha libre en los años setenta). Varias de estas películas fueron obras maestras del camp, y sus melodramáticos guiones incluían a menudo un elemento más o menos sincero de lucha personal, en la que el heroico luchador se enfrenta a malvados adversarios y a un esquivo destino.
Y aunque el rol protagonista de ‘Nacho Libre’ lo tiene un no-latino, que calcula su vocabulario español en unas cuarenta palabras, los directores dicen que su película ofrece una mirada razonablemente respetuosa, aunque cómica, de la cultura popular mexicana. "No queríamos hacer una producción gringa de Hollywood", dice la co-productora, Julia Pistor.
Incluso admitiendo el inherente absurdo de la lucha libre, las bobas premisas de ‘Nacho Libre’ podrían ser vistas como cocinadas después de varios mescales más de los necesarios. Pero no es así. Se inspira libremente en un sacerdote mexicano de carne y hueso que, durante más de veinte años, llevó una doble vida como el luchador apodado Fray Tormenta, llegando a participar en unas cuatro mil luchas. Parte del dinero que ganó lo destinó a un financiar el orfelinato que dirigía.
Aunque el equipo de ‘Nacho Libre’ se reunió con Fray Tormenta, que todavía vive cerca de Ciudad de México, no era la idea hacer una "biografía", dice Mike White, co-guionista de la película y socio de producción de Black. "Es divertido", dice White. "Estamos haciendo una película sobre algo que aquí nos parece completamente falaz, y en México es completamente auténtico".
Aunque las convenciones de la lucha libre -elaboradas maniobras de lucha cuerpo a cuerpo, chillonas capas y máscaras, enanos luchadores- son menos conocidas en este lado de la frontera, la lucha libre ha logrado poco a poco una ferviente audiencia en Estados Unidos. Black es uno de sus devotos. "Yo conocía a luchadores mexicanos", dice, en una pausa entre escenas bajo el aplastante sol de Oaxaca, mientras un asistente carda su largo y desgreñado pelo y lo ordena para pelear. "Se veían chévere, pero no había estado nunca en un match. Hay un montón de llaves impresionantes. Pero mirar el teatro es también divertido".
En la película, lo único más teatral que los lanzamientos de la lucha libre es el dramático telón de fondo mexicano. Gran parte de ‘Nacho Libre’ está siendo rodada en este majestuosamente bello rincón del sur de México, a unas seis horas de Ciudad de México. Estimado por su rica cultura indígena, el estado de Oaxaca es también una de las grandes mecas culinarias de México. "Ha sido una lucha mantener un peso de púgil", dice Black, despachándose un elote, untado con mayonesa. "En gran parte de la película me veo sin camisa. La gordura es divertida".
A diferencia de muchas películas escenificadas en México, ‘Nacho Libre’ aspira a una verdadera sensibilidad bicultural. La mayoría de sus papeles principales y secundarios son talentos mexicanos y mexicano-americanos: Ana de la Reguera, como la angelical y joven monja, Sor Encarnación, que enseña en el orfelinato; Héctor Jiménez, como el socio luchador de Nacho y fiel compinche, Esqueleto; Carla Jiménez, como la mimada niña rica con una insatisfecha pasión por Esqueleto; Richard Montoya, del grupo de teatro bufo de Los Angeles, Culture Clash, como el principal rival de Nacho por la amistad y favores románticos de la bella Sor Encarnación; y los ‘Hermanos Galindo’, una dupla de luchadores seudo-hermanos de Oaxaca.
"No es simplemente una película de Jack Blackk, en la que él es el motor de la comedia", dice White, que trabajó en el guión con Hess y la esposa y colaboradora de Hess, Jerusha Hess. "Jack es realmente un elemento divertido entre otros muchos elementos. Este es un mundo al que te quieres meter y vivir con o sin Jack como protagonista".
White compara la descripción que se hace en la película del México provincial, con sus pintorescos pueblecitos y panoramas tachonados de cactus, con el afectuoso y juguetón modo con que apareció el Idaho de pueblos pequeños en ‘Napoleón Dinamita’. "No queremos hacer ‘Tres amigos’, en el que la fuente de la comedia proviene de estereotipos o películas que has visto antes", dice White.
Black no es la única razón de ser de la película. Pero nadie que visitara el plató este otoño pasado pasaría desapercibida su presencia, imponente como de boca de incendio, dando zancadas con el pecho desnudo y con mallas de luchador, rojas y azules, botas blancas y un mostacho de lápiz de ídolo de matiné. Para prepararse para el papel, dice Black, entrenó con un luchador en Los Angeles que "me enseñó a dar palizas" y cómo "usar las cuerdas para volar a tope".
Interrogado sobre su técnica favorita, Black achica los ojos y una maliciosa sonrisa cruza su cara. "Me gusta el abrazo de la serpiente pitón. ¡Ay del que dude de la furia del temible estrujón de la pitón!" Pero Black confiesa que algunas de las cosas más pesadas de la película -lanzarse de precipicios, ser engullido por las llamas- se lo deja a sus dobles especialistas, uno de los cuales, durante el rodaje, se quebró tres costillas.

Luchando Contra el Miedo... A los Saltamontes
Mientras Black se prepara para otra escena en la que un desconsolado Nacho se ha metido al desierto a la búsqueda de su alma, hace de tripas corazón para intentar una de las comidas características de Oaxaca: chapulines, o saltamontes. "Para mí, toda esta película ha consistido en enfrentarme a mis temores", dice. "Hoy me voy a enfrentar con uno de mis peores miedos: comer saltamontes".
White, Pistor y otros miembros del equipo que se han refugiado del sol debajo de una tienda de plástico blanco, ríen solapadamente de las palabras de Black. En la ladera de una colina, a unos cientos de metros de distancia, montones de gente de un pueblo cercano se han acercado a mirar el rodaje. A nadie del equipo o del personal de seguridad parece importarle -un reflejo del ambiente exuberante, pero bajo en tensión, que el equipo atribuye a la genial influencia de Black y Hess.
Desgarbado, con aspecto de cigüeña, en shorts y camisa a cuadros, Hess corretea por la rocosa colina donde se están filmando las escenas del día, esquivando los cactus y las boñigas de burro. Visibles en una cima directamente al otro lado del asoleado valle, están las desteñidas ruinas del antiguo sitio indio de Yagul. "Es muy pintoresco, y es una parte muy bonita de México", dice Hess, que aprendió a hablar fluidamente español cuando vivía como misionero mormón en Venezuela, hace algunos años.
Hess se ha cautivado con "toda la estética y las vibraciones" de la lucha libre. Pero mientras el deporte está arropado con míticas personalidades y heroicos encuentros entre técnicos y rudos, los luchadores no poseen cualidades sobrehumanas, recalca Hess. En lugar de eso, su atractivo se deriva de sus triunfos y derrotas de carne y hueso, y es esta cualidad demasiado humana la que ayuda al personaje de Nacho a adquirir vida en la pantalla, cree Hess. "Creo que es poco realista cuando los personajes de una película tienen un solo objetivo", dice Hess. "Nacho tiene un montón de características. Tiene un montón de aventuras como las de Don Quijote".
Hess se excusa cortésmente y corre a hablar con su equipo. El sol está empezando a deslizarse detrás de las montañas, y todavía hay que rodar algo más. "¿Ya tienes la primicia?", pregunta Black a un periodista. "La única que vas a tener es cuando me veas comer saltamontes".
Cuando termine de rodar la película, dice Black, va a necesitar vacaciones para "recuperarme de los golpes y cardenales". En cuanto a ‘Nacho Libre’, además de la película, ya se está trabajando en un videojuego. ¿Habrá también figuritas de acción, o quizás versiones de lucha libre de los viejos Rock ’Em Sock ’Em Robots?
"Debería haber una figurita de Galindo", dice Hess, refiriéndose al equipo de luchadores. "Esos tipos son alucinantes".

22 de enero de 2006

©los angeles times
©traducción mQh

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